viernes, 26 de febrero de 2010

CÉSAR TIEMPO: RESEÑA BIOGRÁFICA, BROCHAZOS Y OBRAS





Israel Zeitlin -más conocido por su seudónimo, César Tiempo- nació en Ekaterinoslaw (actualmente Dniepropetrowsk), Ucrania, el 3 de marzo de 1906. En diciembre de ese mismo año, llegó junto a su familia a Buenos Aires. Su infancia transcurrió entre los barrios Villa Crespo y San Cristóbal, donde concurrió a la Escuela Hebrea I. Markman y a la Escuela Nacional de Artes. Desde muy temprana edad comenzó a interesarse por el ámbito artístico; con tan sólo 15 años enviaba cuentos y poemas de temas judaicos a varios periódicos argentinos, logrando su primera publicación en el diario La Nación a los 20 años.

En 1926 aparece su primer libro de poemas llamado Versos de una... cuya autoría esconde detrás de la personalidad literaria de Clara Beter, joven poeta y prostituta rusa. El libro fue publicado con gran repercusión por Claridad, editorial y revista del grupo literario Boedo, llevando al escritor a desenmascarar su autoría. El seudónimo César Tempo, que mantuvo luego durante toda su vida, tiene relación con los orígenes de su apellido (Zeit en alemán significa tiempo y lin es el verbo cesar).

Al año siguiente, junto a Pedro Juan Vignale, Tiempo organiza y publica
la Exposición de la actual poesía argentina (1922-27), exquisita antología que incluye a los principales poetas de vanguardia de la década del 20 (como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Raúl González Tuñón, González Lanuza, Norah Lange, Luis Franco, Jacobo Fijman, Leopoldo Marechal, Conrado Nalé Roxlo, entre otros).

César Tiempo recorrió todos los rincones del ambiente artístico, desde sus notas periodísticas publicadas en la prensa gráfica hasta adaptar guiones teatrales o cinematográficos para la televisión, pasando también por la radio, el cine y el teatro.

Mantuvo un mismo eje temático en casi todas sus obras, el judaísmo, pero mediante diferentes perspectivas, ya sea como un narrador fiel a las costumbres judías o denunciando la discriminación sufrida por los judíos en territorio argentino y en el resto del mundo, bajo un tinte humorístico muy particular. En 1935 escribió el folleto “La campaña antisemita y el Director de
la Biblioteca Nacional”, en el cual denunciaba las novelas antisemitas de Hugo Wast, seudónimo de quien en ese momento se encontraba al frente de la Biblioteca, Gustavo Martínez Zuviría. Entre las obras literarias de Tiempo se encuentran libros de poemas como Libro para la pausa del sábado (1930), Sabatión argentino (1933), Sábado y poesía (1935), Sabadomingo (1937), Sábado pleno (1955), El becerro de oro (1973) y Poesías completas (1979).

También escribió libros en prosa los cuales, anteriormente, fueron publicados como artículos periodísticos en distintos medios gráficos. Por ejemplo, La vida romántica y pintoresca de Berta Singerman (1941), Yo hablé con Toscanini (1941), Máscaras y caras (1943), Cartas inéditas y evocación de Quiroga (1970), Florencio Parravicini (1971). Los libros Protagonistas (1954) y Capturas recomendadas (1978) son recopilaciones de entrevistas hechas por César Tiempo como periodista a distintas personalidades de la cultura y convertidas en biografías. Además tenía una columna en la revista Atlántida, donde se publicaban los reportajes hechos utilizando el seudónimo Full Time.
Tiempo escribió para los siguientes medios gráficos argentinos: La Nación, El Hogar, Argentina Libre, La Prensa y Mundo Argentino. También colaboró con periódicos de América Latina: Crítica, La Vanguardia, El Sol, El Radical, Amanecer y América Libre. A los diecisiete años dirigió la revista Sancho Panza (1923). En 1937 fundó la revista literaria Columna, desempeñándose como director durante los seis años en que se editó. La relevancia adquirida por esta publicación radica en el espacio brindado a la difusión del pensamiento de distintos hombres de la cultura allegados al escritor, como Alberto Gerchunoff, Stefan Zweig, Arturo Capdevila y Liborio Justo, entre otros. Tiempo fue cofundador de la editorial argentino-uruguaya Sociedad Amigos del Libro Rioplatense, que llegó a publicar ochenta títulos de los principales autores de los dos países. Además de dedicarse a su trabajo como escritor y a su labor como editor, Tiempo participaba activamente en distintas organizaciones culturales del país. Fue socio honorario de la Sociedad Hebraica Argentina y del Club Honor y Patria, fue Secretario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), miembro del Círculo de la Prensa, de la Sociedad General de Autores de la Argentina (ARGENTORES) y de la Sociedad de Autores y Compositores de Música.
En la década del 30 comenzó a escribir sus primeros guiones teatrales: “El teatro soy yo” (1933) estrenada por Mario Sofici en el Teatro Smart, “Alfarda” (1935) en el Teatro Argentino y “Pan criollo” (1938) representada en el Nacional. Estas obras tuvieron el mismo éxito que sus primeros libros de poemas, logrando el interés de distintas productoras en asociarse con él para nuevos proyectos. Uno de estos casos es el de “Pan Criollo”, obra que se produjo en asociación con la Compañía Muiño-Alippi. Otros libretos teatrales fueron: “Quiero vivir” (1941) estrenado por Camila Quiroga en el Teatro Argentino, “Zazá porteña” (1945) en el Teatro Casino, “La dama de las comedias” (1951) por Iris Marga en el Teatro San Martín, “El lustrador de manzanas” (1957) por Luis Arata e “Irigoyen” (1973).

Luego de haberse consolidado como escritor, Tiempo decidió tomar nuevos horizontes, como la radio y la cinematografía. Durante la década del `50 escribió para las radios Belgrano, Prieto y Provincia de Buenos Aires audiciones y radionovelas, sólo o en coautoría con Arturo Cerretani. Sus actividades relacionadas a la cinematografía abarcaron desde la escritura de guiones propios hasta la adaptación y traducción de obras de diversos autores nacionales y extranjeros. Se desempeñó como guionista en 25 películas, de las cuales 11 fueron para el director de cine Carlos Hugo Christensen, como “Safo, historia de una pasión” (1943), “La pequeña Señora de Pérez” (1944), “Las seis suegras del Barba Azul” (1945), “
La Señora de Pérez se divorcia” (1945), “El canto del cisne” (1945), “Adán y la serpiente” (1946), “El ángel desnudo” (1946), “Los verdes paraísos” (1947), “Con el diablo en el cuerpo” (1947), “La muerte camina en la lluvia” (1948) y “Los Pulpos” (1948).

También realizó otros guiones como “Se rematan ilusiones” (1944), para el director Mario Lugones, “El hombre que amé” (1947) para Alberto de Zavalía, “Al marido hay que seguirlo” (1948) para Augusto César Vatteone, “Pasaporte a Río” (1948) para Daniel Tinayre, “Otra cosa es con guitarra” (1949) para Antonio Ber Ciani, “El muerto es un vivo” (1953) para Yago Blass, “Paraíso robado” (1952) para José Arturo Pimentel y “Donde comienzan los pantanos” (1952) para Antonio Ber Ciani.

César Tiempo tuvo un receso en sus escritos cinematográficos debido a la gran crisis en la que se encontraba el cine argentino en la década del 50, uno de cuyos motivos era la imposibilidad de conseguir celuloide para filmar. Retoma en 1961 con el guión “Amorina” –escrito junto a Hugo del Carril- para el director Eduardo Borrás.

Por los mismos años realizó una pequeña actuación en “Esta tierra es mía”, película de Hugo del Carril. En esa época se radica en Bruselas, Bélgica, donde vive hasta 1966. Una vez de regreso en
la Argentina escribió el guión cinematográfico “Deliciosamente Amoral” (1969) para su primo y amigo Julio Porter. En 1975 junto con Ulises Petit de Murat realizó la adaptación del libro Las procesadas y también escribió el guión “No hay que aflojarle a la vida”, ambas películas dirigidas por Enrique Carreras. Tiempo falleció en Buenos Aires el 24 de octubre de 1980.


Pequeña cronohistoria de la generación literaria de Boedo

Por César Tiempo

Hubo una época en que el meridiano de la literatura nacional pasó por Boedo. Boedo es una calle y un barrio. Una calle que nace en Almagro y termina en el Parque de los Patricios y un barrio que crece hacia arriba y no se detiene jamás. De pronto, mediante no sabemos qué misteriosos ardides, aparece en Avellaneda, en Lanús, en Lomas de Zamora, después de haber cruzado por el convés de hierro y cal hidráulica del Puente Valentín Alsina que permite a la provincia codearse con la ciudad. Pero además de ser una calle y un barrio, Boedo fue una divisa.

Toda capital – dijo alguna vez Balzac – tiene su poema, en que se expresa, en que se resume, en que es más particularmente ella misma. Boedo fue ese poema. Conflagrado de clamores e impaciencias, impetuoso, tumultuoso, ardido, rebelde, pero encendido de humana y celosa poesía. De haberse comprendido mejor a sí mismo, de haber prolongado y renovado las inquietudes y los deseos de superación de un cuarto de siglo atrás, de no haber ahuyentado a sus soñadores, Boedo habría sido a Buenos Aires lo que Saint – Germain des-Prés a París.
Como Saint-Germain-des-Prés

Es evidente que nuestro barrio no puede estar colmado de recuerdos revolucionarios y artísticos del quartier parisiense en el que vivió y murió asesinado Marat, en el que escribiera sus brulotes Camilio Desmoulins, en el que tuvieron sus ateliers los pintores Courbet y Delacroix, su refugio el comediante Mounnet-Sully, su imprenta Honorato de Balzac y en una de cuyas calles – la de Beaux-Arts, N° 13 – se extinguió la existencia latitudinaria de Oscar Wilde, y en el que podemos encontrar hoy la sede del Sindicato de Libreros, los despachos de los anticuarios más importantes de Francia y el café Deux-Magots, cuartel general de la nueva literatura. Boedo también tuvo lo suyo. Por allí pasó Darwin, el famoso naturalista, rumbo a los mataderos de Nueva Pompeya, por aquí anduvieron prohombres y ex hombres de la política local e internacional, ases del futbol, glorias del teatro, cancionistas y estrellas que conocieron en su hora el trueno de la notoriedad. Pero nosotros queremos hablar de los escritores llamados de Boedo.

Personajes de Boedo

¿Porqué precisamente de Boedo?. Ninguno de sus integrantes vivía en el barrio, el director de la revista que daría nacimiento a la empresa editorial llamada a difundir la labor de sus conmilitones, se domiciliaba en Wilde, un pueblito de línea del sur. Elías Castelnuovo era inquilino de un zaquizami enclavado a cinco pisos sobre el nivel de la calle Sadi Carnot. Álvaro Yunque compartía con su madre y sus hermanos una antigua casa porteña de la calle Estados Unidos 1824, en cuya cuadra tenía de vecinos a tres notabilidades a las que hay que referirse con la melancolía del aoristo: Juan B. Justo, Jaime Yankelevich y Ernesto Morales. Gustavo Riccio vivía en la calle Rivadavia 2014, Roberto Mariani en
la Boca, cerca de la casa de Pedro Juan Vignale, que no tardaría en trasladarse de la calle Lamadrid a Villa Ballester y de Villa Ballester a Río de Janeiro, Luis Emilio Soto en las inmediaciones de 15 de Noviembre y Solís, Leónidas Barletta en Nazarre y Bolivia, Roberto Arlt en Flores, Lorenzo Stanchina en Villa Devoto, Nicolás Olivari en Villa Crespo, Enrique Amorín en su Salto natal, con recaladas en Montevideo y Buenos Aires. José Salas Subirat en el taller de afilación de Garay y Solís, Aristóbulo Echegaray en Monroe, un pueblo de la línea del ferrocarril Pacífico. Abel Rodriguez en Rosario, Juan I. Cendoya en La Plata. Antonio Alejandro Gil en la calle Santiago del Estero y Pedro Echague. José Sebastián Tallón en un caserón de la calle Brasil 1388, y Clara Beter en las nubes. Hablo de los boedistas de la primera época, de las etapas fundamentales. Y no solo no eran vecinos de Boedo, sino que ni siquiera se reunían en algunos de los innumerables cafés de la calle epónima.
"Claridad" y "Los Pensadores"

Por otra parte conviene recordar que la editorial que luego los prohijaría no nació en Boedo, sino en un tabuco de la calle Entre Ríos 126. Más tarde Lorenzo Rañó les concedió un espacio en su imprenta de la calle Independencia 3531, y cuando la revista cambió el nombre fachendoso de "Los Pensadores" por el de "Claridad", el grupo constituyó su sede definitiva en la calle San José
1641, a pocas cuadras de la plaza Constitución. En Boedo 837 tuvo asiento nominal la redacción de "Los Pensadores" en sus salidas iniciales cuando era una publicación destinada exclusivamente a difundir las grandes obras de la literatura clásica y moderna, mucho antes de convertirse en el órgano de combate de aquellos jóvenes de la generación del 22 a quienes el éxtasis y los sentimientos ciegos del arte por el arte fueron siempre extraños.

¿A qué venía, pues, la etiqueta de marras? La intención del bautista – en quien algunos creyeron reconocer a Enrique Gonzalez Tuñón , cuya dicacidad era inagotable como su talento – fue evidentemente burlona, despectiva. Al subrayar la procedencia de los integrantes del grupo quiso decir que venían de extramuros, de la suburra, que pertenecían al populacho. Lo notable del caso era que el único habitante auténtico de Boedo era Gonzalez Tuñón, que vivía en la calle Yapeyú, a dos cuadras de la popular arteria de cuyos cafés era además uno de los más empedernidos habitués. Por su parte los de Boedo trataban no menos peyorativamente a sus impugnadores, los escritores agrupados alrededor del periódico "Martín Fierro" llamándolos "los de Florida", transfiriendo al plano literario, quizá sin proponérselo, el duelo histórico de la antigua Roma entre patricios y plebeyos.

Feria y Torre de Marfil

Mientras Florida implicaba el centro con todas sus ventajas: comodidad, lujo, refinamiento, señoritismo, etcétera, etcétera, Boedo venía a representar – para los de Florida – la periferia, el arrabal con todas sus consecuencias: vulgaridad, sordidez, grosería, limitaciones, etcétera. Florida, la obra; Boedo, la mano de obra. Para sus detractores, por otra parte, la literatura de Boedo era ancillar, estercórea, verrionda, palurda, subalterna, inflicionada de compromisos políticos; y la de Florida: paramental, agenésica, decorativa, delicuescente, anfibológica e inútil. Excesos verbales estos que correspondían a las naturalezas ricas en fosfatos de los jóvenes beligerantes que se resistían a reconocer afinidades y simpatías, pero cuyo encono no hizo llegar nunca la sangre al río. (El enconamiento se debe siempre a la falta de asepsia). Con el andar del tiempo, Enrique González Tuñón y su hermano Raúl impregnarían su obra de un noble y solevantado acento social, exaltarían el suburbio, pondrían su obra bajo la advocación de Carriego, y ante la iniquidad desatada por el nazifascismo se alinearían valientemente en las filas de los escritores de Boedo, claramente definidos frente a las tiranías como fraguas de servidumbre y barbarie que era necesario apagar y aplastar. Y como dato curioso para los historiadores de mañana, conviene anotar que, Evar Méndez, el fundador de "Martín Fierro" pronunciaría una conferencia en nuestra Facultad de Filosofía y Letras celebrando, entre otras cosas, la jerarquización operada en las masas obreras y campesinas por obra de la estructura social vigente, en tanto Elías Castelnuovo, uno de los hermes de Boedo, hablaría en 1952 en un salón de la calle Florida, frente a un público de profesores eméritos y señoritas beneméritas, presentado por un ex redactor de revistas ultramontanas ad usum Delphini, con palabras en las que cabrilleaba la felicidad sibilina de poder exhibir al gran novelista que ayer nomás contrariaba a los concilios empeñado, a pesar suyo, en conciliar los contrarios...

Pero si hubo contusos, desertores e hijos pródigos en ambos bandos, es indiscutible que fue esa generación polarizada por Boedo y Florida la que anticipó el renacimiento argentino sacudiendo de su marasmo la vida intelectual del país. Pero vayamos por partes.
Se anticipan a Florida

Cronológicamente, el grupo literario de Boedo apareció antes que el de Florida. El primer número de "Martín Fierro" sale a la calle en febrero de 1924; el primero de "Los Pensadores", en febrero de 1922. Conviene aclarar antes de seguir adelante que el nombre de la revista no implicaba un rasgo de petulante autosobrevaloración de sus colaboradores. Se llamó así porque se limitaba, como ya los señalamos, a publicar en cada número una obra maestra de la literatura universal poniéndola al alcance de los lectores más modestos. El ejemplar se vendía a veinte centavos.

Los pensadores no eran, pues, los muchachos de Boedo sino los maestros del pensamiento nacional e internacional popularizados por la revista. El primer número incluía un relato de Anatole France, "Crainquebille", que ya había sido teatralizado por Samuel Eichelbaum y llevado a un escenario criollo por Elías Alippi.

Los fundadores de la publicación fueron Antonio Zamora, un joven español que cumplía su aprendizaje de andinista en la falda de "
La Montaña", y llegó a ocupar más tarde una banca en el Senado de la provincia de Buenos Aires y a controlar un frigorífico en la provincia de Córdoba, y Daniel C. de Rosa, encargado a la sazón de la reventa de "Crítica". Un año después de Rosa se separaba de la empresa y Zamora se convertía en deus ex machina de la misma asesorado por el poeta Gustavo Riccio.

Riccio era un muchacho poseedor de una notable cultura general, un poeta inclinado a la caricatura sin deformaciones ni crueldad, dueño de una simpatía afectuosa que sabía dar a los transportes de la poesía y aún de la amistad una cadencia entre nostálgica y desilusionada. Melómano fervoroso, lector de varios idiomas vivos, se defendía económicamente ayudando a su padre en la relojería de la calle Rivadavia o llevando los libros de contabilidad de
la Confitería del Molino. Fue Riccio quien recomendó la mayor parte de los títulos lanzados por "Claridad" hasta 1925 y fueron de su pluma los prólogos y las presentaciones de los autores. También se debió a él la iniciativa de la colección "Los Poetas" y la publicación del primer libro de Álvaro Yunque, ese generoso y genesíaco "Versos de la calle" que su autor había presentado con anterioridad a un concurso de la Editorial Babel y cuyo jurado, compuesto por Leopoldo Lugones, Rafael Alberto Arrieta y Arturo Capdevila, desestimó inclinando sus preferencias por "El Grillo" de Conrado Nalé Roxlo. Riccio, empero, no llegó a integrar prácticamente el grupo de Boedo y ni siquiera fue "Claridad" sino "Campana de Palo" quien publicó su primer libro. Minado por un mal incurable, el autor de "Un poeta en la ciudad" realizó en 1925 un viaje al Paraguay, de donde trajo los originales de otra colección de poemas "Gringo Puraghei", la salud más socavada y un deseo de soledad que se proponía dedicar a la ordenación de sus papeles y sus sueños, melancólicamente persuadido de que debía partir en plena juventud. Así fue. La vida de Riccio se extinguió en la puerta misma de su casa el 6 de enero de 1927. Tenía apenas 26 años. Una calle de Flores recuerda hoy su nombre. En ella vive el actor Roberto Escalada.

Premios literarios
A fines de 1924 "Claridad" incorporó a sus colecciones una más: la biblioteca "Los Nuevos". El primer título lo constituyó una re edición de "Tinieblas", el vigoroso libro de cuentos de Elías Castelnuovo, que había merecido el espaldarazo de Roberto J. Payró y un premio municipal, cuando los premios municipales de literatura significaban un galardón y no un escarnio. (El camarada Juan Unamuno debe recordar que fuimos él y yo, cuando integramos los jurados, quienes concedimos las codiciadas distinciones de entonces a poetas de la envergadura de José Portogalo y a los prosistas de la intensidad de Fernando Gilardi, amén de otras personalidades, a la sazón en barbecho, confiadas en la humana sinceridad de su mensaje, temeridad que no volvió a repetirse, pues últimamente el concurso se había convertido en una repartija de cheques entre compañeros de pic nic o de sacristía ...)

Castelnuovo no tardaría en ponerse a la cabeza del grupo que se fue formando aluvionalmente como una provincia holandesa. ¿De dónde había salido el autor de "Tinieblas" promovido de un modo fulminante a la notoriedad apenas publicado su primer libro? Por de pronto, se sabía que era uruguayo, como Lucio V. López, como Horacio Quiroga, como no pocos escritores argentinos representativos. Hijo de padre danés y madre italiana, corre por sus venas sangre de ahasvero, el judío errante. También él se sintió impelido desde muchacho a la existencia errante y difícil, a esos viajes a pie que recomendaba Fernando González, el gran colombiano, a los escritores que algún día utilizarían la pluma para contar lo que vieron con sus propios ojos y no a transcribir experiencias ajenas. A los catorce años tenía recorrido el Uruguay de extremo a extremo, a los veinte
la Argentina, a los veinticinco el Brasil. Conoció los oficios más inverosímiles , durmió en el tálamo de la miseria sin redención en la selva, en la pampa, en la soledad más espantosa, allí donde la muerte es una cosa blanca y sin color. Y pudo, como pocos, levantar el acta de acusación a la sociedad, obstinada en aniquilar a los mejores. Antes de ponerse a escribir se había llenado el alma de hechos, de imágenes y de llagas. A los doce años vendía huevos por las calles de Montevideo. Luego fue linyera, peón de albañil, mozo de cuadra, peón de saladero, aprendiz de constructor, tipógrafo, linotipista. Este hermoso ejemplar humano, a quien la vida no logró doblegar ni envilecer, se convierte, por propia gravitación, en líder del movimiento de Boedo.
La influencia rusa
En las colecciones de "Los Pensadores" y "Claridad" pueden rastrearse las centenares de páginas que escribió para ubicar su verdad, que era la verdad de quien quería para sus semejantes, ante todo y sobre todo, un mundo mejor. "El pueblo, la carne viva del pueblo, solo figura en las estadísticas y en las crónicas policiales, escribirá en un suelto anónimo que serviría de declaración de propósitos de
la Biblioteca "Los Nuevos". Salvo las excepciones que apuntamos – Mariani, Yunque, Barletta, Amorim, Abel Rodríguez - , nuestra literatura va de la calle Florida al Royal Keller, pasa por el rosedal de Palermo y se acuesta en el Plaza Hotel. Con ventilador en verano; en invierno con estufa. Es una elucubración de frigorífico, producto de la poltronería chorotega. Nuestra literatura no camina de a pie como la de Máximo Gorki; va en automóvil. Ella no va: la llevan como a un paralítico. Es una literatura sin sangre. Por ningún lado se le ven callos o deformidades propias del esfuerzo y la contracción. Jamás se metió en las minas del interior o se ensució de grasa en los ingenios o se desgarró la piel en las cosechas. Jamás entró en un sindicato o en una fábrica. Jamás estuvo encarcelada por revolucionaria. Tras de ser pomposa y vacía, fue siempre parcial y conservadora. Nuestra literatura no vio jamás la tierra donde pisa. Si hay quienes ignoran la vida nuestra, son, precisamente, aquellos que escriben la historia de nuestra vida".

A Castelnuovo y a su grupo se les acusó de estar influidos por la literatura rusa. Es curioso señalar que Raúl Scalabrini Ortiz, que estaba entonces en la vereda de enfrente y fue uno de los corifeos del nacionalismo " a rebrouse-poil", escribió en una autobiografía que reputó una de las páginas más lúcidas de su tiempo, estas afirmaciones que no pueden considerarse como ejercicios sobre el alambre, sino arraigadas convicciones de un hombre de pensamiento: " Yo creo que Buenos Aires tiene algo de ruso, en resultados, con causas distintas, muy distintas. "Yama", por ejemplo, es una novela argentina y lo son, asimismo, algunos pasajes de "Humillados y ofendidos". Esa similitud es en dirección de susceptibilidades, en recelo. Aunque no me gustan los cientificismos, diría que el alma argentina es un producto químico no físico de sus componentes. No ha conservado ninguna de las características de sus progenitores".

[Del mensuario Argentina de hoy, Buenos Aires, noviembre de 1953]

De Clara Beter: Versos de una...

QUICIO
Me entrego a todos, mas no soy de nadie;
para ganarme el pan vendo mi cuerpo.
¿Qué he de vender para guardar intactos
mi corazón, mis penas y mis sueños?

VERSOS A TATIANA PAVLOVA
¿Te acordarás de Katiuchka, tu amiga de la infancia,
esa rubia pecosa, nieta del molinero,
la del número 8 de Poltávaia Úlitcha
con quien ibas al Dnieper a correr sobre el hielo?

¿Te acordarás de aquellas temerarias huidas
para oír la charanga de
la Plaza Voiena;
de los kopeks gastados en la Dom Bogdanovsky
en verano en sorbetes y en invierno en almendras?

¿Te acordarás de Pétinka, tu novio del Gimnasio,
de quien yo te traía las cartas y los versos;
de las fiestas aquellas cuando vino el Zarevitch
y sus fieros cosacos a visitar el pueblo?

¡Oh, los días felices de la infancia lejana
en el rincón humilde de
la Ucrania natal:
la vida era un alegre sonajero de plata
y toda nuestra ciencia: cantar, reír y amar!

Mas, pasaron los años y nos llevó la vida
por distintos senderos: tú eres grande ¿y feliz?
y yo... Tatiana, buena Tatiana, si te digo
que soy una cualquiera, ¿no te reirás de mí?

¿Comprenderás el torpe fracaso de mis sueños,
verás el patio oscuro donde mi juventud
busca en vano la estrella que solícita enjugue
mi angustia con su claro pañuelito de luz?

¡Mas no quiero amargarte con mi vaso de acíbar,
tú también tus dolores y tus penas tendrás;
cerremos un instante los ojos y evoquemos
los días venturosos de la aldea natal!


AMORÍO CIUDADANO
Saloncito reservado
de lechería de barrio.
Este pobre muchacho
pálido
me cree una novia ingenua
que va a brindarle sus encantos
-un anticipo del estío
para la primavera de sus años-
y unta de miel sus palabras,
viste de seda sus manos,
me quema la boca impura
con el lacre de sus labios
(máscara de castidad:
mis labios no están pintados)
y perfumándome de promesas
-con salacidad de fauno-
ante mi leve abandono
y mi fingido recato
comienza a desabrocharme
la bata con torpes manos.

Acariciándome el pecho
refulgen sus ojos claros
y me prodiga adjetivos
dulzones de enamorado.

Fiesta de los sentidos
impúdicos y castos:
mutuamente
nos hemos engañado.

PRESENTIMIENTO

La luz de este prostíbulo apuñala
las sombras de la calle.

Paso delante suyo y se me enciende
un pensamiento cruel en la cabeza:
¿Terminaré mi vida en un prostíbulo?

VISIÓN

Cae sobre la ciudad
la ceniza minúscula y tenue de la lluvia.
¡Qué grato es en un día como éste acariciar
un inocente sueño de ventura!

Mientras cae la lluvia, yo acaricio mi sueño:
un día las mujeres serán todas hermanas;
la ramera, la púdica,
la aristócrata altiva y la humilde mucama.

Irían por las calles llevando como emblema
una sonrisa alegre y una mirada franca,
y así, sencillamente,
se ofrecerían a todos los hombres que pasaran.

Ellos se tornarían
tan buenos como el sol, como el pan, como el agua:
su dicha cantarían todos los oprimidos
suavizadas sus manos, su gesto y sus palabras.

Bajo los cielos límpidos, banderas de alegría,
desplegados sus paños como alas
cual si quisieran cobijar a todas
las mujeres que un día supieron ser humanas.

(Sigue cayendo sobre la ciudad
la ceniza minúscula y tenue de la lluvia.
¡Qué grato es en un día como éste acariciar
un inocente sueño de ventura!)
A UN OBRERO

Toda desnuda me ofrezco a tu instinto,
muerde mis pechos, estruja mi cuerpo,
quiero brindarte esta fiesta de carne
para que olvides tus días acerbos.

Sé que padeces, tu vida es amarga
vida de todos los tristes obreros,
sin una luz de esperanza en su noche,
sin la caricia cordial de un consuelo.

¡Cómo conforta sentirse piadosa,
dulce es la simple bondad de mi gesto;
tú que así sufres, mereces la efímera
fiesta que quiere brindarte mi cuerpo!

LO IRREMEDIABLE
En una misma pieza
un macho y una hembra
el “yo” mujer
que no sabe cómo desaparecer.

EN LA CALLE FLORIDA
Paso azorada por Florida, el vivo
escaparate de la farsa urbana:
viejas extravagantes, niñas cursis
y hombres-hembras desfilan en majadas.

Voy a cruzar la calle cuando escucho:
“Mamá, ¡qué desvergüenza, esa cocotte!”
Me vuelvo, miro y quiero preguntarle
quién será más ramera de las dos...

COMPASIÓN
En la calleja solitaria y triste
de este fosco arrabal,
como un ladrón acecho agazapada
la ocasión de saltar sobre mi presa.

Llega un hombre, se acerca, me descubre;
y cuando sin recelo se aproxima,
a la luz de la luna veo su rostro
de adolescente, contener no puedo
una sonrisa franca y, entreabriendo
el ocho extravagante de mi boca
doblo el cuello a la hiena de su instinto.

EPISODIO
Iba tan mal trajeado y fue tan honda
y dolorosa su mirada, que
detuve el paso y leve, dulcemente,
le dije: “¡Ven!”

Pero quizá sin comprenderme, irguióse
con altivez, borrando su tristeza,
y con tono zumbón me dijo: “¡Vete,
no me acuesto con perras!”
‘’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’
La verdadera historia de Clara Beter
Revista Mercado, 7 de junio de 1979

Es tres nombres al mismo tiempo: César Tiempo, Israel Zeitlin, Clara Beter. En esa trilogía esconde, o guarda su identidad, un escritor cuya trayectoria se vincula estrechamente con la ciudad de Buenos Aires, aun cuando su nacimiento data de 1906 en el pueblo de Ekaterinolav, Ucrania. César Tiempo, su seudónimo más conocido, pertenece a esa raza de hombres que participaron, desde hondas raíces inmigratorias, de todo el proceso cultural argentino que abarca desde la década del veinte hasta nuestros días. Protagonista incesante e intenso, dueño de una ironía intelectual que le permite ver a la vida con pasión y compasión a la vez, Tiempo se ha dado un lujo casi inédito en nuestra literatura: dar vida a dos personajes a la vez. Sí, porque bajo el supuesto nombre de Clara Beter escribió aquél famoso libro de poemas "Versos de una..." cuyos conmovedores versos causaron conmoción en el Buenos Aires de 1927, donde se alcanzaron a vender doscientos mil ejemplares.

El teatro ("Pan criollo", "La dama de las comedias", "El teatro soy yo"); otros poemarios ("Sabatión argentino", "Sábado pleno"); guiones de cine ("Amorina", "Los verdes paraísos") y sus casi infinitas colaboraciones en periódicos y revistas de todo el mundo son fragmentos de su extensa y calificada obra. Amigo de los viajes y amigo de los amigos, cada vez que se lo requiere para el diálogo se confía sobre todo en su vasta visión de trotamundos lleno de recuerdos. "Creer, creer siempre... Simplemente para enloquecer pasado mañana", ha aconsejado a los más jóvenes. Asediado por continuos homenajes no deja de ensayar su causticidad contra sí mismo: "Asisto de cuerpo presente a cientos de homenajes póstumos. Y no deja de ser estimulante, porque de otro modo, en la posteridad, nunca sabré seguramente si alguna calle merecía llevar mi nombre..." Sonriente, aun ante una paulatina pérdida de la visión, se obstina por hábito en seguir escribiendo durante horas sus propias carillas... "Porque la máquina de escribir es como una prolongación de mis brazos..." Sobre la tibieza de un prólogo dedicado a las memorias de la actriz Milagros de
la Vega, sobre las reverberaciones de un trabajo suyo sobre Alvaro Yunque - protagonista con él del grupo de Boedo- Israel Zeitlin se acomoda para el diálogo: "Tengo tan poco que contar que no sé si alcanzará a llenar media página...". Pero alcanzó.

MERCADO -Una impostura literaria -digamos- causó sensación hace cincuenta años. Cuando aparecieron los primeros versos de Clara Beter, críticos y lectores creyeron que estaban frente a la obra de una mujer "de vida airada", como dicen los diarios. ¿Cómo sucedió ese episodio? ¿Cómo lo fabuló usted?
"Clara Beter soy yo"

La literatura desde un punto de vista o desde todos es siempre un fraude. Un maquinaria retórica construida para engañar; que tiene, si se quiere, como única ancla segura al autor. Nos desvelamos por conocer siempre al hacedor o hacedora del cuento o del poema. A él o a ella recurrimos para que ate los cabos que unen la realidad con la obra. Desasosiego nos provoca una obra anónima o un autor desconocido u oculto.

Oculta, desconocida era Clara Beter, autora del mayor escándalo literario de los años veinte en Argentina. Gracias a los oficios de un amigo, Clara Beter, se las arregló para que su libro de poemas llegara a la editorial Claridad; centro difusor del grupo de Boedo que unía a una serie de nombres que buscaban una literatura social, comprometida con las clases populares.

En el prólogo que Elías Castelnuovo compuso para la primera edición en 1926, destacaba: "Esta mujer se distingue completamente de las otras mujeres que hacen versos por su espantosa sinceridad"; señalaba además -y en esto hacía un tiro por elevación al grupo de Florida- que sus poemas eran "un paradigma digno de oponerse a los nuevos poetas fanáticos de la imagen por la imagen".

Inmediatamente el libro fue publicado, con gran éxito de crítica y público, con el título por demás sugerente de "Versos de una p..." En realidad lo que verdaderamente causó conmoción fue el oficio de la autora: prostituta. Una prostituta judeo-ucraniana que fue engañada y traída a Buenos Aires por una vasta red internacional de prostitución.

Como dicen ciertos amigos sicólogos, en todo hombre late un deseo secreto de redimir a la prostituta, las razones las desconozco aunque conjeturo alguna de ellas. Quizá ésta sea una explicación para analizar los "desbordes" y el pietismo de muchos varones escritores de la época; además de lectores que se enamoraron al contacto con una poesía de una sensibilidad y agudeza poco frecuentes.

Así hubo una verdadera pesquisa de
la Clara Beter de carne y hueso que se había tornado literalmente un fantasma. Fiel a sus extravagancias, Roberto Arlt, el autor de "El juguete rabioso", propuso que se le instalara un prostíbulo y que las ganancias se usaran para un premio literario. Había excursiones por diferentes barrios en busca de Clara; así una anécdota contada por un integrante de la bohemia literaria ilustra hasta qué punto habían llegado las cosas: "¡Vos sos Clara Beter! -saltó Abel Rodríguez tomando por los hombros a una mujer rubia que esperaba a sus clientes en una esquina e inmediatamente quiso besarla a los gritos de "¡Hermana! ¡Venimos a salvarte!" . Tuvo que intervenir la policía de Sunchales para calmarlo."

El tiempo pasaba y Clara Beter no aparecía. La presión y el hostigamiento hacia su albacea literario fueron enormes y finalmente se supo. "Clara Beter soy yo", confesó Israel Zeitlin (César Tiempo) ante la atónita mirada de sus compañeros bodeístas. El joven escritor se ganó el respeto por sus poemas y la enemistad de muchos, entre ellos de Castelnuovo que confesó que el autor del libro "no era una prostituta sino un prostituto".
C. TIEMPO -Un día recibí un regalo inesperado: los Diálogos de Platón. Quedé impresionado por la sentencia atribuida a Sócrates que reza así: "Un poeta, para ser un verdadero poeta, no debe componer discursos en verso, sino inventar ficciones. Sugestionado por la sabia recomendación y, sobre todo, ganoso de dar candonga a los camaradas mayores que se resistían a creer en el talento del mequetrefe, el tal escribe una poesía dedicada a Tatiana Pavlova, la gran actriz italorrusa que por aquel entonces arrebataba al público de Buenos Aires. Yo no había cumplido aún los dieciocho años. En el poema que se dirige a Tatiana, le pregunto si no se acuerda de su amiga de la infancia Kátinka. Firmo los versos como Clara Beter y los deslizo ante la redacción de la revista Claridad. A los pocos días de publicado el poema el crítico uruguayo Zum Felde consagró a la nueva poetisa Clara Beter su glosa de "El Día", de Montevideo, comentando la desgarradora tragedia de la desconocida. A partir de ahí tuve que seguir inventando. Por lo pronto le asigné a la autora un domicilio legal en una pensión de la calle Estanislao Zeballos, de Rosario, donde se hospedaba un íntimo amigo mío, Manuel Kirschbaum. El improvisado corresponsal era el encargado de enviar desde Rosario los nuevos poemas a Claridad, pero cometió el error de escribir a máquina algunos textos, lo que hizo entrar en dudas a Elías Castelnuovo. Como se sabe, la autora debía ser una pobre "calienta camas", según la jerga popular. Castelnuovo obstinado en averiguar más sobre el asunto envió a dos íntimos amigos suyos a visitar la pensión con resultado negativo: en la pensión no estaba Clara Beter ni se la conocía. Desanimados, los emisarios rumbearon para los barrios bajos donde encontraron increíblemente a una de las pupilas francesas escribiendo un epitafio rimado para su hijo, que acababa de perder. Aquí ya todo empieza a tornarse folletinesco. "Vos sos Clara Beter" le gritaron emocionados los emisarios. Pero también allí se dieron cuenta del fracaso, considerándose que la poetisa quería pasar inadvertida y en el anonimato. El libro "Versos de una..." tuvo un éxito resonante. Los críticos de varios países le dedicaron elogios; la fábula y la fantasía hacían aparecer a la autora en distintos sitios de Buenos Aires con nombres supuestos y todos querían encontrarla. A esta altura, la superchería adquiría proporciones peligrosas para el verdadero autor: o sea yo. El libro apareció traducido al alemán y Rómulo Meneses escribió un largo ensayo en su libro "Nuestra Unidad'' donde caracteriza a Clara Beter: "Una mujer que el duro pleito de la vida hiciera caer hasta las bajas sentinas del vicio, redimida por sí misma, por su talento, y la propia religión de sus sentimientos, nos dice ahora en sus versos y recuerdos el dolor quemante de los lupanares... etc.". Castelnuovo, en tanto, había prologado el libro de la Beter y todo seguía misterioso. Hasta que un día un amigo cometió la ligereza de enviar el libro al certamen Municipal, donde debían figurar mis verdaderos datos. Esos datos aparecieron poco después en La Prensa. ¿Es necesario que le diga que prácticamente tuve que exiliarme porque el grandote Castelnuovo me andaba buscando? Ahora ha pasado tanto tiempo y ya no sé si en realidad fue una broma...

MERCADO -Usted dice tanto tiempo... ¿Por qué no nos cuenta también sus comienzos periodísticos?

C. TIEMPO -Yo empecé trabajando en la compañía de seguros
La Continental; allí conocí al poeta Aristóbulo Etchegaray, hoy presidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Por esa época también conocí a Edmundo Guilbourg. Cierta vez fuimos hasta la casa de Alvaro Yunque que era mayor que nosotros y era una especie de divinidad caldea para nuestros ojos. Fue él quien me hizo publicar por primera vez en el periódico socialista La Vanguardia que dirigía por entonces Don Américo Ghioldi, actual embajador en Portugal. Yo sustituí después a Yunque como director de la página literaria del diario y a mi me reemplazó Enrique Anderson Imbert. Pero como periodista trabajé en La Calle, en Crítica, en La Época. Fíjese, el periodismo me facilitó el contacto con el hecho popular. Me facilitó el apearme, el despojarme del berretín literario, semántico, alambicado. Logré fraguar un estilo, digamos, conversacional; escribo como se habla y trato, cada tanto, de intercalar alguna palabra exótica, pero correcta, para evitar seguir saqueando nuestro lenguaje. Empezamos a hablar con siete mil palabras y ahora acabamos hablando con sólo trescientas por pura haraganería. Evidentemente tiene que haber una inclinación y los caminos se van bifurcando: yo he tratado de hacer siempre periodismo, llamémosle literario. Nunca mis reportajes caen en la cursilería porque no es mi manera, no es mi estilo. Pienso que el periodismo me ha ayudado a ver: países, gente, sucesos. Me hizo ser
testigo y actor, ejercitar lo que tenía de talento y lo que no tenía.

MERCADO -¿Entre tantos personajes y protagonistas que conoció, cuál le merece un recuerdo especial?

C. TIEMPO -Muchos. Por ejemplo Don Hipólito Yrigoyen. Para conocerlo un día que lo fui a visitar a su casa tuve que pedir audiencia a su secretario privado. ¿Sabe quién era?, el dueño de un salón de lustrar que estaba enfrente de la casa. Dejaba de atender a algún cliente, atendía el pedido del solicitante y se cruzaba a avisarle a Don Hipólito. De él se han dicho muchas cosas erróneas, entre tantas, se dice que fue inculto. Pero "el peludo" no sólo era profesor de la escuela normal y de la de comercio sino que era un gran lector. Cuando estuve frente a él, Yrigoyen me preguntó quién me parecía el hombre más importante del país y yo le contesté, impetuosamente, porque era joven para atarme: "Para mí, Juan B. Justo". A lo que Don Hipólito, medio molesto, me respondió: "Usted es muy joven, amiguito...". Otro hombre que me impresionó admirablemente es George Simenon, el autor francés de novelas policiales, nacido en Lieja. Simenon es un talento monstruoso, llegó a escribir más de 400 novelas, a razón de una por semana, dotadas de una imaginación increíble, inagotable.

MERCADO - Disculpe Tiempo... ¿Pero usted no considera como arte menor a la novela policial, como suelen ubicarla en algunas críticas?
El cajetilla
"... El cajetilla cree que el alma es inseparable del cuerpo... el tipo sabe que ostentar es vivir, y la pilcha la flor de su figura. A cuidar de la vestimenta, pues, pero a cuidarla para algo, aunque ese algo consista casi siempre en zambullirse en la propia contemplación como el tero en el espejito de un charco...
"Nuestro cajetilla tuvo la suerte de descubrir en la pantalla del cine al hermoso Brummel. Todo su edificio molecular fue sacudido por una conmoción ontológica. El podía ser aquél. Comprobó en el espejo de la peluquería que su nariz no era del más puro corte helénico pero él no había nacido en Atenas sino en Pepirí y Grito de Asencio y podía lucir, en compensación, una pelambre más negra que un río de petróleo, una cejas trazadas a compás, unos ojos hambrientos, una morfología de reloj de arena y unas maneras delicadas de acomodador de teatro... La única sociedad que conocía era la del Club Social de su barrio... Se dejó crecer la porra a lo beatle y frecuentar el café "
La Paz" de Corrientes y Montevideo, con un libro de Harold Pinter en la mano y una sonrisa sobradora flotando sobre sus anchos hombros de estibador. Conoció el programa furtivo, el brillo trémulo de las miradas ansiosas, los telefonemas infinitos, el catchas-catch zaguanero...
"El tiene que brillar siempre. Luego, de la peluquería al vaivén sin cambiar de tren. El vaivén es el de calle Florida... Más tarde irá a bostezar a una conferencia porque de vez en cuando conviene hacerse ver hincándole el diente a la jalea real de la cultura. La vida también tiene sus exigencias... la vida y las viudas que pueden proporcionarle tales lugares de soñoliento esparcimiento...
"La gente hace lo que hace porque es lo que es. Señalamos un fenómeno. Unamuno decía que los ateos son unos individuos que están locamente enamorados de Dios. Los cajetillas son unos desamorados locamente enamorados de sí mismos. Todo debe ser un pretexto para que la gente repare en su presencia. Aspiran a la gloria de la frivolidad. Todos o casi todos dan la impresión de tener linfa en las venas, esa especie de agua muerta que no levanta espuma...

(De "El cajetilla y otros especímenes de la fauna porteña", 1974)
C. TIEMPO -No, de ninguna manera. Allí está el caso del norteamericano Raymond Chandler o del mismo Hammet. ¡Qué autores! Pero Simenon es el más grande novelista policial que existe desde los orígenes del género. Además de realizar una proeza de carácter físico, produce una proeza de índole espiritual. El es el creador del célebre inspector Maigret, lo recordará, sin duda. Una tarde estaba en Lieja y un amigo común nos presentó. Era un día de lluvia; después averigüé que Simenon era un adicto fervoroso a la melancolía de la lluvia y era capaz de tomarse un avión si se enteraba que estaba lloviendo en otra ciudad. Después mantuvimos varias charlas en su enorme residencia frente a la de Carlitos Chaplin. Recuerdo que una de sus facetas curiosas era su sentido de los celos. A su esposa, me contó, nunca le había permitido bailar porque decía que la danza era un acto sexual en público. Su rara personalidad me impresionó mucho y escribí una serie de notas para El Mundo y otros diarios de Caracas y México. También conocí a Somerset Maugham por esa época y a tantos otros...

MERCADO -Usted, amigo de los recuerdos, me ha ido nombrando autores que conoció físicamente. ¿Pero y los otros? ¿Los que marcan su emoción literaria?
C. TIEMPO -¿Actualmente? Está el premio Nobel Singer. No por el premio, sino porque es un creador de ambientes, produce una marea de acontecimientos vitales que caen sobre el lector como un incendio. El pinta, no sólo lo que muchos creen, el ambiente polaco de los ghetos, sino también el ambiente de cualquier otra comunidad; es universal, total. En otro aspecto, más personal, porque tiene que ver conmigo literariamente, Esta Cansino Assens. Ahí lo tiene, un escritor olvidado y qué interesante. El olvido es algo inexplicable: nadie tiene la culpa, pero existe. Esta es una época que fomenta la farolería y yo sigo sosteniendo que una verdadera obra se hace en soledad y silencio. Pero claro, el escritor actual tiene que ceder a todo: a los reportajes, a las presentaciones de libros, a las conferencias. Muchas veces para sobrevivir y muy pocas para vivir, realmente. Fíjese que es sorprendente cuántas presentaciones de libros hay diariamente en Buenos Aires. En Europa pasa mucho tiempo antes de que se produzca alguna. Mientras viví en Roma en todo un año hubo sólo tres actos. Además está la guía de conferencias increíbles. Se fomenta un poco el esnobismo literario, la cursilería. Gente que nunca visita una librería pero va a esos actos a comprar el libro porque está el autor para autografiarlo. Después, ese libro no se leerá nunca pero será mostrado invariablemente a las visitas, así como al descuido. Yo le recordé el olvido de Cansino Assens. ¿Y el de Cervantes, que vivió y murió en la miseria? Escribió El Quijote en la cárcel, lo desalojaron del conventillo donde vivía en Alcalá dos veces; murió y lo sepultaron en un cementerio de Madrid en una fosa común, sin identificar sus huesos. Ahora, sobre ese lugar donde se suponen están sus cenizas, hay un monumento.

MERCADO -Usted perteneció, alternativamente, a los dos famosos grupos, Boedo y Florida. Por qué no se recuerda ninguna mujer en el de Boedo, en cambio en Florida estaba Victoria Ocampo?

C. TIEMPO -A Victoria la conocí muy poco y tampoco, vaya a saberse por qué, nunca fui publicado en Sur. El grupo de Boedo estaba integrado por hombres, es cierto, como si el amor por la humanidad que proclamaban con sus plumas excluyese el amor por las mujeres, como si la única compañera posible fuera
la Revolución. Sin embargo, un nombre de mujer, Clara Beter, entreveraría sus sueños con los soñadores de Boedo. Fíjese, el bíblico Jacob fue el primer hombre del mundo que legalizó su seudónimo. Pactó con Dios y le pidió que le proporcionara otro nombre. "Tu nombre será Israel" le dijeron. Irónicamente, Israel es mi nombre; después de Clara Beter, después de César Tiempo. Es lo mismo.

Fuente: www.magicasruinas.com.ar
Arenga en la muerte de Jáim Najman Biálik

¿Qué otra preocupación que la del día presente
puede tener un pueblo que se arrastra
en sus tinieblas y en sus abismos?

Biálik

El 5 de Julio
la Associated Press dio la noticia al mundo:
falleció en Viena Jáim Najman Biálik.

Pasaron veinte días y en la misma ciudad
ultimaron a Dollfuss, el “Millermetternich”.

¡Cuidado con los poetas
cuyos puños golpean sobre las mesas de los verdugos!

Los diarios de la colectividad
pudieron publicar la noticia en “Sociales”
junto a la crónica de la fiesta
con que la familia Barabánchik
celebra la circuncisión de su vástago.

Tengo un corazón violento
y una voz áspera.

Cruzo la calle de la judería
con mi rencor y mi dolor a cuestas.

Hermanos de Buenos Aires:
nuestro más alto poeta ha muerto.
Como en los Salmos
Dios le ciñó de fuerzas e hizo perfecto su camino.

Minkowsky fue la lágrima,
Biálik la imprecación.

Y ambos se pudrirán bajo la tierra
frente a los ojos ciegos de la noche tremenda.

Un cielo en mangas de camisa corre sobre los tejados.

Los buhoneros juegan en el “Pilsen” su diuturna partida de dominó.

Las muchachas que quieren casarse no pasan bajo los andamios.

Señores burgueses que infringís todos los Mandamientos
y estáis los sábados sobre vuestros libros de tapas negras
pasándoles las manos por el lomo a las cifras
para que se alarguen como gatos,
os he visto en los templos resplandecientes
-apartados como los pur sangs en los bretes suntuosos-
con los ojillos redondos y desvaídos
y las altas galeras y los thaléisem de seda pura,
queriendo sobornar a Dios
que os conoce mejor que vuestros empleados.

Jáim Najman Biálik ha muerto.

Hoy en el “Internacional” hay pescado relleno
y un buen stock de doctores para vuestras pobres hijas lánguidas.

¿Quién se acuerda de las masacres de Ukrania,
de la tempestad delirante de los pogroms,
cuando los juliganes violaban a vuestras madres
y estabais en los sótanos temblorosos e inútiles
como la luz que lame los espejos?

Biálik clamó, tronó sobre las negras aguas
y su risa iracunda corrió como un viento loco sobre las aldeas.
“El pueblo es una hierba marchita,
se ha puesto seco como una madera.”
Y hubo jóvenes que supieron sacudirse como lobeznos
y sus dientes agudos despedazaron nuestra humillación.

Jáim Najman Biálik ha muerto.

Los chamarileros sonríen en las puertas de su pandemonio.

Los Lacrozes están más verdes que nunca.

Echa tu pan sobre las aguas, dice el Eclesiastés.

Da gusto oír a Mischa Elman desde una muelle butaca del Colón.

Gorki dijo que con Biálik el pueblo judío había dado una nuevo Homero al mundo.

¿El Banco Israelita le daría un crédito a sola firma?

Voces:
-Esta noche cuando cierre el negocio, mientras mojo la tostada en el vaso de té, le voy a decir a mi señora que me lea El Pájaro y El Jardín, y después de comer vamos a ir al Teatro Ombú; para ser de la “Comisión” hay que estar “preparado”.

Jáim Najman Biálik ha muerto.

-Mamá ¿me lavo la cabeza con querosén y me pongo el vestido de raso celeste para ir a
la Biblioteca? -Bueno, querida, a ver si consigues un novio como la gente, que ya es tiempo.

Jáim Najman Biálik ha muerto.

En la puerta de
la Cocina Popular nuestros hermanos, los que no se atreven a morirse de hambre, esperan su ración.

Jáim Najman Biálik ha muerto.

Nuestras piernas se arrastran en las más profundas ciénagas de la noche y sobre nuestras cabezas brilla una luz pura.

En Tel Aviv hubo un poeta.

¿Y ahora?
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martes, 23 de febrero de 2010

LA HISTORIA DEL BILLAR EN LA ARGENTINA .- SILVIA MARTÍNEZ



BOEDO, TRADICIONAL BARRIO DE BUENOS AIRES FUE, DURANTE VARIAS DÉCADAS, ESCENARIO DE UNA INTENSA ACTIVIDAD BILLARÍSTICA HECHO QUE LE POSIBILITÓ INGRESAR, A NIVEL MUNDIAL, EN LA HISTORIA DE ESTE DEPORTE.
LA HISTORIA DEL BILLAR EN LA ARGENTINA, TRABAJO DE INVESTIGACIÓN DE LA HISTORIADORA Y ESCRITORA SILVIA MARTÍNEZ ES UNA VALIOSA CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE ESTA DISCIPLINA DEPORTIVA CUYO DESARROLLO EN ESTAS TIERRAS COMIENZÓ EN EL PERÍODO HISPÁNICO.

     La autora, ha extendido una autorización especial a www.nuevociclo.com.ar, para la publicación total del trabajo, haciendo la salvedad que 345años del billar en la argentina se halla debidamente registrado y todos los derechos reservados. En consecuencia, este artículo no puede reproducirse, total o parcialmente, por ningún método gráfico, electrónico, mecánico u oralmente, incluyendo los sistemas fotocopia, registro magnetofónico o de alimentación de datos, sin expreso conocimiento de la Autora.
La Dirección de www.nuevociclo.com.ar, agradece profundamente la deferencia de la autora para con este medio, ya que el texto es una importante contribución al conocimiento de un deporte que, durante muchos años, fue uno de los más populares no solo en nuestro país sino en el resto del mundo..
Buenos Aires, Enero de 2010..

Historia del billar en la argentina
345 AÑOS DE BILLAR EN LA ARGENTINA
Por Silvia Martínez

ORÍGENES
El billar no reconoce un origen claro. Se dice que existe una ordenanza de Carlos V “El Sabio” (1337-1380) rey de Francia, suscrita en 1369, que prohibía varios juegos, entre ellos el billar, pese a que él lo practicaba asiduamente en palacio, aunque a diferencia de hoy, lo jugaba sobre el suelo.
La primera mesa de que se tiene noticia fue mandada a construir por Luís XI de Francia (1423-1483), a un ebanista llamado Oliverio Necker, quien la habría fabricado con madera de encina. Uno de sus sucesores, Luís XIII, fue quien permitió a los plebeyos practicar billar, juego hasta entonces monopolizado por las casas reales europeas. Se sabe que Luís XIV jugaba por prescripción de su médico, el Dr. Fagon, que se lo recomendaba para una buena digestión.
Hasta esa época las bolas se impulsaban con la “masse”, especie de taco curvo y ancho en su extremo inferior, muy pesado. El taco actual, mucho más largo y delgado, data de fines del siglo dieciocho.
Hay datos de que algo similar al billar se jugaba en China, mucho antes de la época de los Luises, pero se hacía sobre una mesa con troneras de bronce cincelado que semejaban una mandíbula, y aunque la superficie de la tabla estaba recubierta con un paño algo rudo, las bolas se impulsaban a mano.
Se dice que en Inglaterra se jugaba “pall mall” precursor del billar actual, para el que se utilizaba sólo un taco y una bola, por lo que hay quien afirma que el billar se inició en Inglaterra y se perfeccionó en Francia.
Otra de las cuestiones a dirimir es el origen de la palabra billar. Según la Real Academia Española, deriva de la palabra francesa billiard, que viene de bille que en francés significa bola (sólo de billar o de rodamientos mecánicos). Hay otra teoría según la cual deriva del inglés ball-yard (pelota-patio), pues con ese nombre se conocía un juego practicado sobre tierra, con bolas y un bastón curvo.
Y la última versión, aunque algo rebuscada, es la que dice que todo comenzó con un prestamista de Londres, llamado William Kew. Existían en el frente de su negocio las clásicas tres bolas que identificaban el ramo del local, las que por las noches eran retiradas por Kew como medida de seguridad. Una noche, haciendo tiempo antes de cerrar su establecimiento, Kew puso las bolas sobre una mesa, haciéndolas rodar y entrechocándolas, ayudado por su propio bastón y pronto se percató de que aquél podía ser un buen entretenimiento. Para evitar que las bolas cayeran al suelo, ideó unas bandas de madera que lo impedirían y así nació el juego.
Algunos investigadores han dicho que la palabra deriva de Bill (diminutivo de William) y de Yard porque el palo que usaba Kew para jugar, era una vara que utilizaba en su negocio para medir “yardas”. Y como si esto fuera poco, dicen que del apellido del inventor del juego, Kew , derivó la palabra cue con la que en inglés se denomina al taco de billar.
Hacia 1827, cuando las bolas aún no retrocedían, un parisiense llamado Mingaud, fue preso por razones políticas, en la convulsionada Francia de entonces. Al principio el hombre se aburría, pero descubrió que en la prisión había un billar y pronto se granjeó la benevolencia del director, hasta lograr jugar con él. A partir de entonces, terminó su aburrimiento, entregándose con frenesí al estudio del billar, y allí tuvo la brillante idea de unir un disco de la suela de su zapato al extremo delgado del taco. Esto hizo que el juego tuviese enormes progresos al lograr que la bola retrocediese. El primer jugador en emplear la suela en el taco para las grandes jugadas de efecto, fue el francés Sauret, profesor de billar del Duque de Orleáns.
Un párrafo aparte para las bolas. Hasta mediados del siglo veinte, se utilizaron en todo el mundo las bolas de marfil, pero dado el alto costo de las mismas, se comenzó a emplear la baquelita como pasta sintética y luego la moderna resina fenólica.
Las bolas de marfil se lograban cortando a elefantes de cierta edad los colmillos, y éstos, a su vez, se subdividían en pequeños trozos de 70 milímetros de alto, estacionándolos hasta el momento de tornearlos y convertirlos en bolas de un diámetro máximo de 66 milímetros para la especialidad de casín y de un diámetro entre 61 y 62 y medio milímetros, medida ordenada por la Federación Argentina de Billar, para los torneos oficiales.
Las tres bolas que componen un juego, ya sea de marfil o material sintético, deben tener el mismo peso e igual diámetro. Lo que no pudo ser conseguido igualar en las bolas sintéticas, es el “alma” que posee el marfil, pues no se debe olvidar que este es materia animal, que no “muere” al cortar los colmillos al animal. Por tanto, las bolas están sujetas a los cambios climáticos que accionan sobre ellas, deformándolas y amelonándolas, lo que origina “caídas”, que se producen porque la veta central del colmillo, o sea el corazón de la bola ya torneada, puede estar fuera de su perfecto centro, sin que el torno rectificador pueda hacer nada para solucionarlo.
En países de clima muy seco y frío, como Chile, no se podía usar el marfil, porque se corría el riesgo de que un cambio de ambiente brusco partiese la bola en dos como si fuese una nuez.
Volviendo a los orígenes, digamos que el billar ha sido en sus comienzos un juego de elites. Baste mencionar a Napoleón, que jugaba con su esposa Josefina; Eduardo VII de Inglaterra; Alfonso XIII, compañero de juego de su madre la Reina Regente María Cristina; y ya más democráticamente podemos nombrar a George Washington, que jugaba largas partidas con el Gral. La Fayette mientras éste residió en Estados Unidos. Estas partidas entre ambos, dieron motivo para que desde entonces, existiese un Salón de Billar en la Casa Blanca.
También Abraham Lincoln jugaba regularmente al billar, del que dijo: “Es un juego de inspiración, científico, que proporciona un recreo a todo espíritu fatigado”.
Cabe resaltar también que en el siglo dieciocho, la educación de los Borbones se sostenía en cinco puntos fijos: Política, historia, equitación, armas y billar.
Entre nosotros, podemos citar a los presidentes Avellaneda, Sarmiento y Mitre como grandes aficionados. Bartolomé Mitre tenía incluso una mesa de billar en su casa, donde jugaba asiduamente con su nuera, la Sra. Astengo de Mitre, una de las primeras jugadoras del bello sexo de que se tenga noticia en Argentina. También la hija del Juez Tedín, Ministro de la Suprema Corte, desafiaba a los amigos de su padre que visitaban la casa, ganándoles variadas sumas de dinero gracias a su destreza con el taco.
Por último, para no hacer tan larga la lista de amantes del billar, podemos recordar a Esteban Echeverría, Federico García Lorca y más acá en el tiempo, Roberto Goyeneche, Jorge Salcedo y Adolfo Pedernera.
Obviamente, se trata de un juego ciencia semejante al ajedrez, pero con el agregado de que utiliza todo el cuerpo del jugador por su proyección geométrica, la posición del cuerpo, destreza de los brazos y precisión visual. Actualmente, en Bélgica y Holanda, es materia optativa en el colegio secundario.
En el Buenos Aires colonial
Para conocer los orígenes del billar en nuestro país, debemos bucear en los primitivos y escasos datos que han llegado hasta nosotros a través de viejas crónicas y testimonios de viajeros, algunos de los cuales pueden carecer de la exactitud precisa, pero es todo lo que se sabe hasta ahora.
Se dice que allá por 1610, en lo que es hoy la esquina sudeste de Alsina y Bolívar, se instaló un local, mezcla de café o pulpería, con garito, propiedad de don Simón de Valdez, que era entonces el tesorero de la Hacienda Real. Según el historiador Raúl A. Molina, el tal Valdez era un pillo, contrabandista y traficante de esclavos que instaló su negocio a todo lujo y pronto contó con una selecta clientela que dejaba en las partidas de naipes, dados y hasta ajedrez, fuertes sumas de dinero.
Pero la máxima atracción del local era la mesa de “truque”. Este juego puede llamarse el antepasado más cercano del actual billar en Argentina, ya que se jugaba sobre una mesa especial, con bandas forradas con paño e intervenían dos jugadores con un taco de madera y un bolo de marfil. En la sala donde se jugaba, se contaba con “asiento de tablas, dos bufetes, tres pares de bolas, ocho tacos y seis tableros”, según nos cuenta Molina. La casa de juego estaba construida con material perpetuo, es decir, tejas y ladrillos, puertas y ventanas trabajadas en Brasil y toda ella dotada de un lujo en el que se regodeaban los oficiales reales, hidalgos, funcionarios, maestres y traficantes enriquecidos con el contrabando de esclavos y de mercaderías diversas.
En 1615 don Valdez fue destituido de su cargo por el gobernador, don Hernando Arias de Saavedra, quien, cansado aparentemente de los fraudes que cometía el tesorero, lo envió de regreso a España para ser juzgado por su mal desempeño en la función pública. Pero antes de partir, Valdez tuvo tiempo de vender su establecimiento a un florentino llamado Bacho de Filicaya, un florentino alarife y comerciante en todos los ramos, incluso la trata de esclavos negros. El florentino instaló su garito en una casa anexa al Cabildo y alquilada a éste, según contrato celebrado en 1616 por el término de 1 año, con un alquiler de $ 65 anuales.
Para finalizar la historia de la mesa de “truques”, diremos que la misma fue más adelante confiscada por el Gobernador Jacinto de Lariz, quien era un apasionado jugador y pudo así disfrutar, en la soledad del fuerte, del aristocrático juego.
La siguiente mención del billar aparece recién en 1764, cuando se menciona al Café de la Sonámbula, que dicen debía su jerarquía a su mesa de billar. El juego movía en ese tiempo tanta pasión y tanto dinero en apuestas, que el Virrey Vértiz, en 1799, se vio obligado a reglamentarlo.
Llegamos así a la instalación del célebre Café de Marco. Este comercio, inaugurado en 1801, fue el primero en anunciar su apertura en el “Telégrafo Mercantil” cosa sumamente novedosa en esos años y lo hizo bajo el apelativo de: “Billar, Confitería y Botillería”.
Ubicado en la misma esquina que ocupara la Casa de Truques de Simón de Valdez, contaba con dos mesas de billar, todo un adelanto si lo comparamos con los cafés de Martín, Mestre o Mendiburu, que sólo tenían una.
Frente a la iglesia de La Merced, actuales Reconquista y Perón, se abrió en 1804 el Café de la Comedia, propiedad de Monsieur Raymond Aignasse, un rico comerciante francés, el cual tenía la particularidad de incluir una escuela culinaria para los esclavos de la aristocracia. Lindante con el café, Aignasse construyó, en sociedad con un famoso actor de la época, José Speciali, el Coliseo Provisional, también llamado Teatro de la Comedia, que fuera por muchos años, el único teatro de Buenos Aires.
La sala del teatro comunicaba por una puerta con el Salón de Billares del café, donde los caballeros asistentes a la función, terminaban la velada. Como dato curioso diremos que el Café de la Comedia fue el encargado de suministrar la última cena a los condenados a muerte por el llamado “Motín de las Trenzas” (diciembre de 1811), y que consistió en gallina hervida, puchero de garbanzos, vino carlón, yerba y cigarros. El café de los desdichados fue un obsequio del Café de Marco.
Finalmente, el último de los pioneros es el Café de la Victoria, ubicado en la esquina de Hipólito Irigoyen y Bolívar, frente a la Plaza, que abrió sus puertas en 1820 y cerró en 1879.
Entre los muchos ingleses que viajaban a Buenos Aires en esa época, hubieron varios que dejaron su testimonio sobre los cafés porteños. Así, Alcides d’Orbigny decía en 1836 que “eran malos y concurridos por gente pendenciera”. Igualmente Arsenio Isabelle, en la misma época, los describía como “espaciosos, pero pasablemente malos”. En cambio Thomas George Love, también conocido como John Lacock o Míster Love, en sus memorias sobre Buenos Aires, en 1820, dice que “El Café de la Victoria es espléndido y no tenemos en Londres nada parecido. Como el Café de Marco, el de los Catalanes y el de Martín, este café tiene un amplio patio cubierto con toldos, y la mesa de billar está siempre concurrida y las mesitas rodeadas de gente”.
Y por último, otro inglés, J. A. Beaumont, anotaba en 1828: “Los cafés de Buenos Aires son muy concurridos y todas las noches se reúne en ellos gran cantidad de público a jugar a las cartas o al billar”.
Pasaron los años y las mesas de billar se multiplicaron ya no sólo en los cafés, sino también en casas de familia y clubes aristocráticos, como el Club del Progreso y el Jockey Club. Y es entonces, a fines del siglo XIX, que se inaugura un café que sería cuna de nuestro primer Campeón Mundial de Billar.
Augusto Vergez
Nació en 1896 y a los ocho años ya empuñaba el taco. Don Silvano Vergez, su padre, era dueño entonces del Café Los Pirineos, sito en Esmeralda 492, justo donde ahora está la boca del subterráneo. Era un lugar muy concurrido por gente de la farándula, como Florencio Parravicini y Roberto Casaux, y asimismo era el café preferido por los campeones de lucha libre que actuaban en el cercano Teatro Casino, de la calle Maipú, cuyo espectáculo era muy cotizado en ese tiempo.
“Los Pirineos” poseía dos billares, y debajo de uno de ellos siempre estaba el banquito que utilizaba Augusto para jugar, especialmente cuando los luchadores Paul Pons y Constant Le Marin, figuras de relieve mundial que actuaron bastante tiempo en Buenos Aires, se disputaban el honor de jugar cada tarde con el pequeño Vergez.
En esa temporada de 1904, Parravicini actuaba en una obra en el Teatro Verdi, sito en la calle 25 de Mayo, donde cada noche apagaba de un tiro una vela que sostenía otro actor llamado Lacomette. El acto era muy aclamado, pues a pesar de ser Parravicini un experto tirador, el riesgo era real.
Esto dio lugar a una apuesta: Jugarían una partida de billar Augusto y Le Marin, contra Pons y Casaux, bajo el arbitraje de Parravicini, y el que ganase sostendría esa noche la famosa vela en el teatro. Comenzó la partida y lo cómico fue que cuando Augusto no alcanzaba a realizar la jugada ni con la ayuda del banquito, el gigante Le Marin lo sostenía por los fundillos del pantalón con una mano, y así, en el aire, el niño ejecutaba difíciles carambolas.
De más está decir que esa noche Augusto sostuvo la vela en el desaparecido Teatro Verdi.
Vinieron luego los años de estudio en el colegio Mariano Moreno de Rivadavia al 3500. Alrededor de 1913, cuando era un aventajado estudiante de tercer año, un compañero le dijo que le había concertado un desafío con un alumno de quinto año que tenía ínfulas de billarista. Vergez se resistía a ser mirado como bicho raro y se negó a jugar, pero su amigo había apostado unos pesos a su favor y no podía dejarlo en la estacada.
Cuando la mañana señalada llegó al café con los libro bajo el brazo, creyendo que sólo habría unos pocos compañeros, se encontró con que había tres divisiones enteras ya acomodadas alrededor de la mesa. Mientras tanto en el colegio, el rector, preocupado por la falta de tal cantidad de alumnos, se enteró por un celador de lo que ocurría.
Mediaba ya la partida que Augusto ganaba por marcada diferencia, cuando se presentó en el café el Dr. Derqui, rector del colegio. Desbande general. Sólo quedaron Vergez y su rival para dar explicaciones y el resultado fue un día de suspensión para todos y para los “héroes” diez días, con asistencia a clase. Luego intervino el profesor de Álgebra de Vergez, Sr. Zaldarriaga, quien conociendo al muchacho como excelente alumno, logró que le levantaran la suspensión.
El joven continuó con sus estudios, practicando sólo de tiempo en tiempo, pero aún así, en 1917, jugando con un amigo, marca una serie mayor de 15 carambolas que le reporta el título de Recordman Sudamericano de serie mayor. Este record tuvo por escenario el salón “Dos Mundos” de la calle Paraná.
En 1922 participa en un torneo de tres bandas en “Los 36” de la calle Corrientes (abatido más tarde para la ampliación de la avenida), y lo gana invicto. Se dedica luego a la dirección de su afamado restaurante L’Odeón, de Esmeralda casi Corrientes, que abriera su padre en 1913 y que cerró sus puertas en 1949.
Junto con Juan, su hermano menor, también billarista, adquiere en 1927 el salón “Los 50 Billares” de la calle Carlos Pellegrini, donde se jugaron memorables torneos que tuvieron como protagonistas a los dos hermanos junto a Enrique Navarra, Silvio Rebecchini y Carlos Friedenthal. Eran en verdad un quinteto temible.
Al año siguiente, Juan y Augusto diseñan e inauguran con gran éxito un nuevo salón, el “Odeón”, en Corrientes y Esmeralda, que en su piso bajo tenía una confitería de gran categoría. Allí, ambos practicaban para el primer campeonato mundial de tres bandas que organizaba la flamante Federación Argentina de Billar y que se inició el 18 de setiembre de 1938 en el entonces Teatro Maravilla, sito en Victoria (hoy Hipólito Irigoyen) y San José, que más adelante se llamó “Onrubia” y cayó al fin bajo la piqueta del progreso.
Junto a ellos jugaron Miró y Friedenthal; Zaman, campeón belga; Tiecke, alemán; Iglesias Díaz, chileno; Davin, francés; Silva Correa, uruguayo y Lagache, el campeón mundial.
Augusto Vergez ganó por 15 carambolas y se consagró como el mejor billarista del mundo en tres bandas, invicto, dándole al país el primer campeonato mundial en deporte.
Vergez era un hombre de ciudad, de la ciudad noctámbula de un Buenos Aires muy diferente al de hoy, estaba conformado en la psicología del hombre de café, pero no era un desperdiciador de tiempo, pues no lo perdía alrededor de la mesa de billar y además le sobraba para ir adquiriendo otros conocimientos, otras culturas. Sereno, correcto, sobrio en todas sus expresiones podía encarar los problemas de una jugada con la inteligencia avizora de quien sabe transformar el simple juego en una nueva concepción de belleza.
Café, Bar, Billares
Ya en la década del treinta, todos los cafés contaban por lo menos con una mesa de billar. La gran mayoría de esas mesas fueron retiradas poco a poco por los dueños de los establecimientos en la década del sesenta, debido a las sucesivas crisis económicas que afectaron a nuestro país, ya que entonces era más redituable colocar más mesitas para consumición que “aguantar” a los grupos de aficionados que pasaban horas consumiendo sólo un café, y a veces, ni siquiera eso.
Entonces quedaron sólo los reductos tradicionales y los clubes, último refugio de los amantes del juego. Podríamos agregar que en las últimas décadas los argentinos han debido dedicar muchas más horas al trabajo que al esparcimiento, con lo que el tiempo antes dedicado a “ir al café” fue quedando relegado.
Queremos dejar constancia de algunos lugares que han cobijado alrededor de sus mesas a grandes billaristas desde sus comienzos, y que desgraciadamente ya casi ninguno existe. En el barrio de Flores, cuna de muchos grandes aficionados, estaban: Las Orquídeas en Artigas y Yerbal; el Flores, en Rivadavia y Nazca; La Cosechera, luego Odeón; El Palacio de los Billares, en Yerbal y Artigas. Eran también muy afamados El Alba, en Pompeya; Edison, en Once; El Vasquito, en Chiclana y Virrey Liniers; Pedigree, en Pueyrredón y Santa Fe; El Central, en Venezuela y Bernardo de Irigoyen.
Y los más famosos del barrio de Boedo: El Dante, en Boedo al 700; Petit Munich; Boedo Billar Club y los 20 Billares, también en Boedo al 800.
Ya en la zona centro estaban Los 36 de Corrientes; Los 36 de Cochabamba y Entre Ríos; el Club Ebro, en Corrientes frente al teatro Astral; Richmond Florida y Richmond Buen Orden; Café La Paz en Corrientes y Montevideo; los 36 Billares de Avenida de Mayo; El Tortoni; el Galeón y el mítico Club Callao, de Callao 11 al que nos referiremos más adelante.
Había otro espacio aparte de los cafés, donde se practicaba el billar con mucho entusiasmo, y eran los clubes de fútbol. Racing, Gimnasia y Esgrima La Plata, Boca Juniors, River Plate, Independiente y Huracán, entre otros, tenían mesas de billar que vieron nacer a varios campeones de las distintas especialidades y sus derivados: esnoquer, casin, bochetas y carolina. También el Club Español y el Club Italiano fueron refugio de los aficionados.
Sirva esta breve enumeración como agradecido recuerdo a todos esos nombres ya olvidados y sin los cuales no hubiera podido el billar argentino alcanzar los más altos puestos en el mundo.
Nace la Federación Argentina de Billar
Don Juan Carlos Basavilbaso fue el fundador y director de la revista “Billar” cuyo primer número salió a la calle el 1º de agosto de 1925. Dedicado al billar desde 1918, llegó a ser profesor y director de la sala que había en el subsuelo de Avenida de Mayo y Carlos Pellegrini, llamada Colón.
El tema principal de la revista era el relativo a la necesidad de la fundación de una entidad directriz del juego. Basavilbaso opinaba que era imposible el progreso de la actividad sin una dirección adecuada. Logró al fin la primera reunión de los hombres más importantes del deporte, el 21 de enero de 1926 en el salón de actos de Última Hora, en Esmeralda 173.
Allí se nombró una comisión provisoria presidida por J.C. Basavilbaso, para que convocara a Asamblea General, la que se llevó a efecto en el salón de actos de “La Razón” el 8 de febrero de ese mismo año.
De allí surgió la primera comisión Directiva de la Federación Argentina de Billar presidida por el Dr. Juan Carlos Ávila y como vicepresidente Juan Vergez, prematuramente desaparecido.
Pese a los esfuerzos de sus integrantes, hubieron grandes lagunas de inactividad, hasta que en 1937, estando en la Argentina el fuerte aficionado español Raimundo Vives, que organizara el billar en Barcelona y Madrid, Basavilbaso encontró el aliado indispensable para la definitiva consolidación de la Federación. Así, el 20 de mayo de 1937, en una reunión realizada en el bar “Los 36” de Cochabamba y Entre Ríos, se lograba el intento que había de ser definitivo, ya que la entidad dirigió desde esa fecha los destinos del billar argentino, colocándolo al tope del concierto mundial en ese deporte.
En 1938 el secretario de la Federación, don Pascual Germino, tuvo la brillante y audaz idea de solicitar a la Unión Internacional de Amateurs de Billar, con sede en Francia, autorización para organizar un campeonato mundial de tres bandas. Germino contó desde el primer momento con el apoyo moral y material de los hermanos Vergez, y juntos hicieron realidad la temeraria empresa que culminó, como ya vimos, con la obtención del primer puesto a manos de Augusto Vergez.
Desde esa fecha hasta 1945, año en que falleció, Germino fue primero elegido Presidente de la Federación y luego reelecto en ese puesto siempre por unanimidad. Bajo su presidencia, la Federación vio aumentar el número de sus afiliados, llegando en 1950 a cuarenta y ocho entidades, entre las que se contaban las más importantes del país. Siguiendo con la relación de los logros de la Federación, digamos que el 18 de setiembre de 1941 se jugó en el club Huracán el primer Campeonato Sudamericano de cuadro 45/2. Ganó Juan Navarra, José Bonomo fue segundo y el tercer puesto lo ocupó Pedro L. Carrera. Un dato curioso en relación con ese torneo: Huracán había ofrecido su sede de la avenida Caseros al 2800 con muy buena voluntad, pero en el momento de instalar las dos mesas de billar necesarias, se dieron cuenta que no había espacio suficiente para ellas. La solución fue derribar una pared en la cancha de pelota donde se jugaría el campeonato para lograr así el lugar necesario y desde entonces la cancha tiene casi el doble del largo reglamentario.
Poco a poco la actividad fue elevando su nivel cultural, dejando atrás la cantina y el café para ubicarse más cerca de los clubes importantes y de las casas de familia, hasta que en 1942 la Confederación Argentina de Deportes reconoció al billar como deporte y le concedió la respectiva filiación.
A partir de entonces se organizaron junto con la Federación Uruguaya de Billar los Campeonatos Rioplatenses de Tres Bandas, que la Argentina ganó por tres años consecutivos adjudicándose en consecuencia la copa en disputa (1944/45/46).
En 1947, tras la muerte de don Pascual Germino, asumió la presidencia de la Federación Argentina de Billar don Enrique Faragasso, quien logró que se organizara un nuevo Campeonato Mundial de Tres Bandas en la Argentina, pero esta vez el cetro quedó en manos del belga René Vingerhoetd, ocupando José Bonomo y Augusto Vergez el segundo y tercer puesto, respectivamente.
Ese mismo año habían viajado a Chicago, Estados Unidos, Ezequiel y Juan Navarra, donde el primero ganó invicto el Campeonato Norteamericano, seguido por Juan, pero ambos quedaron en segundo y tercer lugar al jugar por el Campeonato Mundial y ser derrotados por el legendario Willie Hoppe.
A raíz de esta actuación de los hermanos Navarra en el mundial de Chicago, la Unión Internacional de Billar, con sede en Francia, declara a los billaristas argentinos profesionales, debiendo abstenerse en el futuro de participar en torneos amateurs. Existía ya el antecedente de 1947, cuando había tenido problemas Pedro Leopoldo Carrera por haber jugado un match en París con el brillante profesional francés Roger Conti, especialista en cuadro, de resultas de lo cual la Unión Internacional lo castigó con una suspensión de un año por haberse enfrentado a un taco profesional, a lo que Carrera contestó que daba por bien perdido ese lapso, ya que la enseñanza recibida durante el match, valía mucho más.
El gran suceso del año 1949 resultó ser el match jugado por Ezequiel Navarra y el Campeón mundial Willie Hoppe en el mes de junio, que se comenzó a jugar en el Casal de Cataluña y culminó en el Luna Park, habiendo convocado en nueve noches más de 45.000 aficionados que ovacionaron a Navarra al vencer al viejo campeón en 1500 carambolas con el excepcional promedio de 1.23.
Enrique Navarra
Debemos aquí retroceder en el tiempo y volver por un instante al 7 de octubre de 1905, año en que nace Enrique Navarra. Pocos meses después de cumplir los diez años, sus padres lo enviaron a pasar unos días a la casa de su tío Ezequiel quien tenía una mesa de billar en su domicilio familiar. Don Ezequiel era profesor de billar y aspiraba a ganar el campeonato argentino, por lo que cuando queda libre de su trabajo como instructor del juego en el café que poseía en Entre Ríos y Alsina, en los bajos de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, se encerraba a entrenar en su cuarto.
Su sobrino pasa esas tardes de vacaciones sentado muy quietecito en el bar, observando el juego de los parroquianos, hasta que una tarde, al ver al sobrino prestando tanta atención, el tío le da el taco, diciéndole: “Prueba, a ver si haces una carambola”. El chico toma el taco, se inclina sobre la mesa, mira las bandas, tira y ... carambola. “Puede ser casualidad”, comenta el tío, un poco impresionado por la naturalidad y seguridad con que tiró el niño. “!Prueba otra vez!” . Lo mismo que antes: tranquilo, seguro, como si hubiera nacido con el taco en la mano, Enrique tira y ... ¡carambola! Luego otra, otra y otra más, ¡ocho carambolas seguidas!
Para don Ezequiel es la revelación: El niño tiene condiciones innatas para el juego. A partir de entonces, lo entrena hasta ocho horas diarias, sin que Enrique pierda nunca la serenidad. Cinco meses después, es presentado en los cafés, batiendo a todos sus rivales.
La noticia cruza el río y lo convocan para desafiar a Jacinto Vargas, veterano Campeón uruguayo. Enrique viaja con don Ezequiel, y juega encaramándose a un cajón, ganando tres de los seis matches. Al finalizar el último partido, Vargas declara al público que se apiña en el café, frente a la plaza Independencia, en Montevideo: “Amigos míos, miren bien a mi pequeño adversario, porque dentro de dos o tres años, a lo sumo, lo tendremos convertido en Campeón del Mundo¡” . El tiempo confirmó el vaticinio de Vargas, pero sólo se equivocó en un detalle: la fecha.
Después de Montevideo, Enrique participa y gana varios torneos, pero al cambiar los pantalones cortos por los largos, se produce un fenómeno inexplicable: Pierde su seguridad anterior y se convierte en un manojo de nervios. Recién a los diecinueve años, después de un tremendo desgaste físico y mental, se consagra Campeón Argentino de cuadro 45/2.
El triunfo le destroza los nervios y lo postra en cama semanas enteras. Maldice el día que sostuvo un taco en sus manos por primera vez y renuncia al billar. Pero pasados unos años sus primos Navarra lo chucean para que vuelva a competir, y cede. Vuelve a entrenar y en 1937 es Campeón Argentino de Carambola Libre ... y otra vez en cama con el sistema nervioso hecho trizas. “¡Al que me diga que vuelva a jugar, le pego dos tiros!” , se le escucha decir, furioso.
Pero el tiempo trae el olvido y la tentación vuelve a ganar: En 1948 gana el Campeonato Argentino de Tres Bandas y en 1949 el Campeonato Sudamericano de la misma especialidad. Y otra vez cama y nervios. Ese año 1949 se entera que se seleccionará al mejor jugador para acompañar a Pedro L. Carrera en la lucha por el mundial de tres bandas que se disputará en Europa. Y esta vez él mismo resulta ser su mejor médico, al autoconvencerse de que es preferible la derrota, a quedarse inmóvil como simple espectador.
Y en menos de dos meses de entrenamiento, el milagro: ¡Enrique Navarra, Campeón del Mundo de Tres Bandas!
Veamos un poco lo que le sucedía a Enrique y que también afectara más tarde a su primo Ezequiel: El “trac”. Es conocido el trac que afecta a los actores y cantantes, ese temor inexplicable a no poder salir a escena, y el que aterroriza a los billaristas es muy similar.
Este consiste en una inhibición que aparentemente es física, pero sólo es el resultado de reflejos nerviosos del cerebro. La palabra trac, extraída del francés, equivale a miedo, emoción, inquietud. Monsieur Barantiére, una de las glorias del billar de Francia, lo definió como “el suplicio de la silla”. Consiste en un trac pasivo, pues ataca al jugador mientras espera que su rival termine la serie, y el que lo sufre pasa instantes cerebrales caóticos que en la mayoría de los casos se traduce en espasmos que atacan al brazo derecho y no lo dejan actuar libremente.
El padre de Navarra había comprado en 1922 el salón 20 Billares, de Boedo 787 y allí el joven Enrique fue maestro de casi toda la muchachada del barrio, entre ellos alguien que también llegaría lejos en la actividad: José Bonomo, que perdió el primer puesto en el Mundial de Tres Bandas de 1948 por una carambola, frente a René Vingerhoetd y fuera más tarde director de billares del Boedo Billar Club y del café Dante, ambos en el barrio de Boedo, y además inauguró con Enrique el mítico Club Callao.
En 1926 comenzó a concurrir al Club del Progreso, donde su tío Ezequiel era profesor de la sala de billar y pronto se convirtió en el niño mimado de los aficionados que frecuentaban el distinguido club, con los que jugaba memorables partidas. Una de ellas fue con el Cónsul argentino don Miguel A. Molina, a quien le dio una ventaja de 500 en 1000 en cuatro series de 250 carambolas. El match se jugó en una mesa histórica: la preferida de Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda y Domingo F. Sarmiento. Por supuesto, ganó Enrique, y el Cónsul dijo: “Es más grato perder ante Navarra que ganarle a cualquier otro.”
Enrique Navarra cumplió en 1943 su serie mayor al Cuadro 45/2 durante un entrenamiento en la famosa mesa 4 del Club Callao. Jugó una hora y veinte minutos hasta llegar a las 726 carambolas, errando la siguiente más por cansancio que por otra cosa, ofreciendo a los presentes una verdadera cátedra de billar.
El Club Callao había sido arrendado por Enrique y su hermano Atilano al no poder reflotar comercialmente los 20 Billares de Boedo. Se trataba de un local muy grande que había estado desalquilado durante mucho tiempo en Callao 15.
Eran años de crisis e incertidumbre económica, pero cuando en marzo de 1936 abrió sus puertas, el éxito se vio asegurado desde el primer día, por lo que de inmediato se configuró un club de billar que se denominó Callao. Este, junto con otros tres clubes, fueron los miembros fundadores de la Federación Argentina de Billar que hasta hoy rige el deporte en nuestro país.
Navarra presidió el Callao durante muchos años, a partir de 1941, siendo su secretario el dirigente y periodista Silvio E. Martínez, gran amigo suyo y responsable, según Lita Navarra, de que Enrique continuara jugando. Lita se desesperaba ante las crisis de nervios de su esposo, pero era su infatigable admiradora, y su presencia era infaltable en los torneos que jugaba Enrique.
La carrera de Navarra se vio coronada en 1953, al ganar el Campeonato Mundial de Tres Bandas, pero también cuentan en su haber tres títulos Sudamericanos, tres Premios República Argentina en Tres Bandas de 1949/53/55 y un Premio República Argentina de Carambola Libre en 1956, e incontables torneos menores. Vale la pena mencionar que Lita atesoraba en su casa 40 medallas de oro, 15 de plata, 15 trofeos, 20 pergaminos y más de 10 plaquetas que daban fe del billarista excepcional que era Enrique Navarra.
Los hermanos Navarra
Don Ezequiel Navarra nació en 1883 en Santa Lucía, viejo barrio de Montevideo. Se radicó en Buenos Aires a fines del siglo XIX y con el correr de los años se estableció con un Bar y Billares en Canning (Scalabrini Ortiz) y Ribera. Allí, sus pequeños hijos tuvieron amplio campo para sus incursiones billarísticas, pero don Ezequiel, que había sido profesor de billar del Ambos Mundos y del Oriente, no se acostumbraba a la rutinaria tarea del bar, por lo que pronto dejó el comercio y volvió a dedicarse a enseñar y a la compraventa de billares y accesorios, a la vez que cuidaba de cerca la formación de su sobrino Enrique, de su primogénito Juan, de 12 años y de Ezequiel, de 9.
El mayor de los hermanos ganó ese año su primer Campeonato en Villa Crespo, ante el asombro de los rivales por la seguridad del niño. Pero la pasión de Juancito era el fútbol. Jugó en la 4º división de Boca Juniors e integró el cuadro de Floresta Juniors con el que fue Campeón de Liga Independiente en 1930. Pero el golpe descalificador de un adversario le ocasionó la rotura de un tobillo, lo que unido a la prédica de don Ezequiel, acabó por enfriar su entusiasmo y volver al billar.
Ambos hermanos, dirigidos por su padre, ofrecieron exhibiciones en cafés y clubes, asombrando a los billaristas porteños y fueron creciendo al mismo tiempo que la Federación Argentina de Billar, que también comenzaba por esos años a regir los destinos del deporte.
Los Navarra actuaron en torneos oficiales a partir de 1940, Juan en Tres Bandas, Cuadro y Libre, y Ezequiel sólo en Tres Bandas. Juan ganó en 1941 el Campeonato Sudamericano de Libre jugado en Huracán, del que ya hemos hablado y poco después igualó la marca continental de 552 carambolas al Cuadro 45/2 que poseía su primo Enrique.
Ezequiel era un fenómeno, pero con poca suerte para lograr los primeros puestos, hasta que en 1945 logró vencer a Pedro L. Carrera en un match amistoso que tuvo su revancha recién 10 años más tarde, como veremos más adelante.
La noche del 18 de setiembre de 1941, cuando Juan ganó el Sudamericano, Ezequiel tomó el taco, mientras su hermano recibía las felicitaciones de los amigos, y enhebró dos series de 300 carambolas, que por una errada, no fue un nuevo record. Si hubiese practicado el Cuadro con igual dedicación que las Tres Bandas, hubiese llegado a ser otro Roger Conti.
En 1945 surgió a las lides el hermano menor, Enrique C., “Quito” para la familia, quien un año más tarde ya jugaba en 1ª y fue Subcampeón Argentino en Tres Bandas y Subcampeón Sudamericano en Chile, en el campeonato ganado por su primo Enrique. Pero a pesar de su formidable pegada ambidextra y su amor por las Tres Bandas, Enrique C. ha encontrado en la Fantasía su verdadero campo. Su extraordinaria habilidad para las “cosas raras” que se pueden hacer con un taco y tres, cuatro, cinco o 10 bolas, unida a su destreza manual y su gran simpatía, provoca risa y asombro por igual en sus sorprendentes exhibiciones.
La temporada de 1947 fue la última en que actuaron Juan y Ezequiel en el país, ocupando los primeros lugares del Campeonato de ese año. A fines de ese año viajaron a Estados Unidos y allí, en febrero de 1948, Ezequiel se consagró Campeón Nacional de ese país, con Juan en el segundo puesto y Willie Hoppe en el tercero. Disputado luego el Mundial, también en Chicago, vuelve a coronarse campeón el veterano Willie Hoppe, siendo Ezequiel el subcampeón, seguido por Juan.
A raíz de esta actuación, la Unión Internacional de Billar los declaró jugadores profesionales, como ya hemos visto. Ezequiel fue un gran billarista que ya a los nueve años, ante un desafío de su padre tomó el taco y realizó 200 carambolas sin interrupción, por lo que don Ezequiel resignó sus ambiciones personales y se dedicó exclusivamente a entrenar a su familia. También posee Ezequiel un record de velocidad: 500 carambolas en 17 minutos ante el campeón español Raimundo Vives.
Algo más que atañe a los hermanos Navarra. El 17 de octubre de 1951 se iniciaron en Argentina las emisiones de televisión, maravilla que los porteños sólo podían ver a través de las vidrieras de los comercios que vendían artículos para el hogar y que exhibían los flamantes televisores encendidos, para atraer la atención de los posibles compradores. La programación de las primeras semanas de transmisión consistió casi exclusivamente en la proyección de películas y algún que otro programa en vivo, los que tenían una duración de pocos minutos. Uno de esos programas, emitido el 2 de noviembre de 1951, consistió en la transmisión de una exhibición de billar que estuvo a cargo de los hermanos Navarra, siendo árbitro de la misma el dirigente de la Federación Argentina de Billar, Silvio Eduardo Martínez.
Nace la Asociación Mundial de Billar para Profesionales
Un grupo de aficionados - algunos de ellos ex dirigentes del billar amateur argentino -, resolvieron en 1954 crear una entidad para encauzar y regir la rama profesional del deporte. El primer esfuerzo de la Asociación fue la concreción del Campeonato Mundial de Profesionales de Tres Bandas, que se jugó en Buenos Aires en octubre de 1954, con la participación de los estadounidenses Harold Worst, Ray Kilgore, Welker Cochran y Ray Miller; el mejicano Joe Chamaco y la japonesa Masako Katsura.
Los argentinos Juan y Ezequiel Navarra, favoritos del público, resultaron segundo y tercero, respectivamente, ocupando la japonesita el cuarto lugar. El torneo fue ganado por Harold Worst, de 27 años, a quien se conocía en su Chicago natal como “el niño maravilla”, veterano de la guerra de Corea pese a su juventud.
Este brillante campeonato se desarrolló en el estadio Luna Park, con gran concurrencia de público, el que alentó no sólo a los billaristas locales, sino también a la encantadora Masako, que atrapó tanto las miradas masculinas por su brillante actuación, como la de las numerosas damas presentes por sus elegantes vestidos.
Ezequiel Navarra dio la revancha a Pedro L. Carrera por aquel único match jugado por ambos en el Casal de Cataluña en abril de 1945, del que resultara ganador Ezequiel, recién 10 años más tarde. Pudieron volver a cruzar tacos en 1956, porque después de muchos años de amateurismo, Pedro había decidido pasar al profesionalismo para ampliar su campo de juego. Hablaremos ahora de él
Pedro Leopoldo Carrera
Alrededor de 1932, Pedro Leopoldo Carrera era uno de los buenos aficionados que hacía sus prácticas en el viejo 36 Billares de la calle Corrientes y a pesar de su dedicación, no podía pasar de un promedio de ocho o nueve, es decir, de un jugador de segunda categoría. Estaba por “colgar el taco” cuando don Antonio Pisto, veterano profesor, le propuso practicar con él para que aprendiera lo que más le gustara de su juego.
Al poco tiempo, Pedro hacía promedios de 20, es decir, había duplicado su capacidad como jugador. La confianza ganada, unida a sus naturales aptitudes, hicieron que aflorara en él ese billarista exquisito que logró, a lo largo de su carrera, récords absolutos, como el del año 1942, cuando hizo una serie de 1000 carambolas en cincuenta minutos, en la sede del Racing Club, institución a la que representó por muchos años.
Muchacho del interior, había llegado desde su Tres Arroyos natal a los 15 años, enviado por su familia para estudiar. El compás de espera entre clase y clase, lo llevó un día a entrar en un café cercano y ahí, frente a un paño verde y a ese andar de las bolas, que parecen tener vida propia cuando el taco las impulsa, allí, nació el campeón.
Ya en 1939 gana el Campeonato Argentino de Libre y en 1944 logra el Campeonato Argentino, en la Federación de Box de la calle Castro Barros, nada menos que sobre Augusto Vergez, quien fue a partir de entonces, su padrino. Muchos lo hemos escuchado a Vergez decir que Pedrito representaba para él, el hijo que nunca tuvo.
En 1946 gana el Tercer Campeonato Rioplatense disputado en Uruguay, y en 1947 y 1949 se corona campeón Argentino de Carambola Libre. Llega 1950 y el 8 de junio se adjudica en Madrid, el 14º Campeonato Mundial de Libre y en diciembre del mismo año gana el Campeonato Sudamericano de Carambola Libre que se jugó en el Casal de Cataluña.
Vuelve a ganar el Campeonato Argentino de Cuadro 47/2 en agosto de 1951 y en noviembre de ese año se adjudica el Campeonato Mundial de Cuadro 47/2 disputado en los salones de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Revalida en 1952 el título de Campeón Argentino de Cuadro 47/2 en el salón La Argentina, y el de Campeón Argentino de Tres Bandas, en el Casal de Cataluña.
La novedad técnica de ese último campeonato fue que en las mesas de juego se colocó un sistema de calefacción por el método de rayos ultravioleta, que mantenía la pizarra y las bandas a una temperatura uniforme de 30 grados, lo que hacía que éstas resultaran más “blandas y elásticas”, con beneficio para el ángulo y la velocidad, sin perjudicar el mueble ni el caucho, ya que no era una calefacción directa ni con resistencias eléctricas, como antiguamente se había ensayado en Francia.
Y llegó octubre de 1952, en que frente a un Luna Park colmado de aficionados (12.000 personas, record en ese deporte), Pedro Leopoldo Carrera se coronó Campeón Mundial de Tres Bandas.
Jugó mejor que nunca, marcando un promedio general de 1.070 y volvió a lucir con prestancia el blanco clavel en la solapa de su smoking. También en ese torneo fue un factor importante la temperatura uniforme de las mesas, sin esa terrible humedad que perjudicaba tanto a los jugadores.
Para no perder la costumbre, marca un nuevo record en la provincia de Tucumán, donde se entrena para el Campeonato Argentino de Libre, haciendo 1.453 carambolas en dos horas de juego. Reconquista también ese título nacional con una marca general de 147,66, otro record para su carrera.
Viaja en junio de 1953 a España, y allí, en la ciudad de Vigo, conquista el Campeonato Mundial de Carambola Libre que ya obtuviera en 1950, y como decía un versito de esos días: “Llevó el título a exhibir, entre campeones ilustres, y con él supo venir, después de sacarle lustre”.
En mayo de 1954 gana el Campeonato Sudamericano de Libre, disputado en el Salón Príncipe George, en Buenos Aires. El piso de la sala carecía de la firmeza necesaria para nivelar correctamente las mesas, pero igualmente Carrera impuso su maestría y ganó. Un mes más tarde recupera el Campeonato Argentino de Libre que se juega en el Casal de Cataluña y que había perdido a manos de Enrique Navarra, quien resulta en esta ocasión, subcampeón.
Un nuevo Sudamericano de Cuadro se juega esta vez en Brasil, en agosto, y otra vez Pedro Carrera se queda con el título. Un detalle de este torneo de San Pablo, es que jugaron con bolas de material sintético, a las que no estaban acostumbrados nuestros billaristas, que preferían las de marfil, pero igualmente su depurada técnica se impuso frente a sus rivales.
El Campeonato Mundial de Billar Completo (Nuevo Pentatlón) se juega en noviembre de 1954 en el Salón Príncipe, de Sarmiento 1230. Las cinco especialidades eran: Libre, Cuadro 47/2, Cuadro 71/2, Una Banda y Tres Bandas.
Nuevamente Carrera resultó vencedor, ubicándose Enrique Navarra en el segundo lugar. Pocos meses después de este triunfo único en la historia del billar, Pedro decidió ingresar a las exiguas filas del billarismo rentado. Y decimos exiguas porque en ese entonces sólo dos figuras argentinas actuaban en ese lote: Ezequiel y Juan Navarra.
Carrera argumentó que al haberse clasificado Campeón Mundial en Libre, Cuadro, Tres Bandas y Pentatlón, ya no lo quedaba nada por lograr en el amateurismo, y que además era el único camino para enfrentarse en un match con Ezequiel, único billarista en ese momento, capaz de igualar sus hazañas.
Para cerrar este capítulo dedicado a nuestra máxima figura, digamos que ganó el título en 31 oportunidades, entre ellas 5 Campeonatos Mundiales, 3 Campeonatos Sudamericanos y 23 Campeonatos Argentinos y había en su historial 81 récords en promedios particulares, generales y de serie mayor.
Lo que se dice, un gran campeón.
La Mujer y el Billar
Hace muchos años, existió en Buenos Aires el Club Argentino de Mujeres, que contaba en sus salones con una mesa de billar donde practicaban muchas de sus asociadas, pero ninguna de ellas se atrevió a romper las barreras sociales de entonces y enfrentarse con un oponente masculino.
Es sabido que muchas damas de la sociedad argentina eran amantes del billar, pero jugaban sólo en la intimidad de sus hogares, muchos de los cuales contaban con una sala de billar perfectamente equipada.
No sucedió lo mismo en otros países. En Francia, Inglaterra y España se han jugado matches internacionales y Holanda tuvo durante años la Campeona Mundial de Carambola Libre, con un promedio envidiado por muchos varones.
La más famosa ha sido casi con seguridad la japonesa Masako Katsura. Esta delicada criatura que nos visitó en ocasión del Campeonato Mundial de Tres Bandas realizado en el Luna Park en 1954, comenzó a jugar a los catorce años por consejo médico. Ganó numerosos torneos en Estados Unidos, donde se radicó al contraer matrimonio con un militar norteamericano. Alguien que la vio jugar en ese Mundial de Argentina, asegura que ella concentraba todas las miradas, al moverse como una exótica flor oriental, trasplantada al duro asfalto de la avenida Corrientes.
Lo cierto es que su cuarto puesto, detrás de Harold Worst y los hermanos Navarra, habla por sí sólo de la estupenda jugadora que había detrás de la frágil Mujercita.
Pero no sólo las mujeres billaristas merecen que se las nombre y recuerde. En nuestro país, cuna de jugadores brillantes, hubieron siempre mujeres que acompañaron a sus maridos en las interminables noches de torneos, devoradas por los nervios, en silencio, pudiendo dar escape a sus emociones sólo en el aplauso que premiaba una tacada especial o el éxito de una carambola difícil.
Todas ellas, sentadas en un palco del Casal o en los salones de Gimnasia y Esgrima, el club Español, el Italiano y tantos otros lugares, la mayoría de los cuales ya no existen, merecen que se las nombre, aunque sea por única vez y en homenaje al apoyo que siempre brindaron a sus hombres: Lita Navarra, You-You Vergez, las esposas de los tres hermanos Navarra, la esposa de Carrera, que por vivir en Azul con sus pequeños hijos, no le era fácil acompañar siempre a Pedro; y también las esposas de algunos dirigentes de la Federación Argentina de Billar, como Taca, Maruja, Magdalena, Cachi, Matilde, Delia y tantas otras que se alegraban o entristecían, según el derrotero seguido por el caprichoso marfil sobre el paño verde.
Conclusión
Habría mucho más por decir acerca del billar, pero hasta aquí llegamos, habiendo abarcado 345 años de la actividad en nuestro país. Nos hemos referido principalmente a la llamada Epoca de Oro: 1935 – 1955, tratando de dejar constancia de los principales hitos que lograron nuestros más afamados jugadores.
Sería injusto no nombrar, aún sin dar detalles, a algunos de los que también hicieron la historia del billar en la Argentina, a pesar de no haber alcanzado el máximo nivel. Recordamos y agradecemos entonces a: F. Canitrot, C. Friedenthal, J. Bonomo, E. Miró, A. Piscitello, R. Accatti, O. Berardi, O. Lauletta, M. López, E. Débole, N. Esper, y E. Belmaña, entre muchos otros.
El billar fue símbolo de una época, aquella en la que Buenos Aires contaba con un café cada pocas cuadras y la muchachada de entonces hacía de ellos su parada habitual para terminar la noche, y también antes de salir para la milonga sabatina.
Quizá por eso cuando vemos alguna vidriera de bar donde aún se lee “Café, Bar, Billares”, se nos enciende la melancolía, y la nostalgia nos hace escuchar, a pesar del silencio, el fantasmal entrechocar de las bolas de marfil sobre un desaparecido paño verde.
SILVIA NORA MARTINEZ

Bibliografía y Fuentes

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GESUALDO, Vicente: “De Fondas, Cafés, Restaurantes y Hoteles en el Antiguo Buenos Aires”. Todo es Historia No. 220, p. 10. 1995
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GRANDES PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA: Hernandarias de Saavedra, 1999, Editorial Planeta
LOMUTO, Jorge: Los Secretos de un juego de Ciencia y Exigencia”, Revista El Arca No. 58/59, Año 15, Buenos Aires, Mayo 2006
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ROCCA, Edgardo: Cafés de la Ribera, Entorno e Influencia, en Buenos Aires, los cafés, 1999, Librerías Turísticas
SCENNA, Miguel Angel: Los Cafés, una Institución, Todo es Historia No. 21, 1977